Desde un villorrio en el Lacio, los romanos expandieron su poder y su lengua hasta un máximo de unos 5 000 000 km², incluyendo, claro está, Hispania. De forma parecida, el castellano se expandió desde alguna zona burgalesa hasta un máximo de unos 20 000 000 km² y actualmente es una de las lenguas más habladas del mundo.
El español que hablamos hoy en día es la evolución del dialecto romance —esto es, derivado del latín vulgar— del antiguo condado-reino-corona de Castilla, y por eso, en un contexto general, hablamos intercambiablemente de «español» y «castellano». Sin embargo, del latín hablado de la antigua Hispania salieron otros romances, entre los que el castellano era solo uno más y, de hecho, con no muchas papeletas, inicialmente, para ser lo que ha llegado a ser.
❄ A la hora de encarar este artículo, y ya desde su título, vemos que hablo de «español». Permítanseme algunas licencias en pro de la simplicidad de la exposición y en detrimento de la exactitud terminológica para azote de los más pejigueras. (O sea: ya sé que España no existía en la época de la que vamos a hablar y que nadie habría afirmado hablar ni aun ser español). Al referirme a cuestiones meramente históricas, usaré los términos tradicionalmente usados (p. ej. «invasión musulmana», «Reconquista», etc.), aun cuando estos probablemente no sean los más exactos según los estándares modernos; al fin y al cabo, no soy historiador.
Contenidos del artículo
Un poco de historia
Veamos, de forma muy sucinta, la historia que lleva al dialecto castellano a ser el que se impondrá de entre todos sus otros hermanos romances peninsulares.
Perogrullada es que es de fundamental importancia la conquista romana y la romanización-latinización de Hispania, pues, de lo contrario, el latín no habría llegado a la Península y hablaríamos, quizá, algún descendiente de alguna lengua paleohispánica.
Paradójica e irónicamente, un hecho fundamental en el posterior auge y triunfo del castellano, procedente del norte peninsular, fue la invasión musulmana a partir del año 711. Si esta no se hubiera dado, es posible que la variedad romance de Toledo —capital del reino visigodo antes de la invasión, con todo lo que supone el prestigio de la capital— hubiera florecido y habláramos de toledano en lugar de castellano.
(Cuestión aparte, en la que no entraremos, es si hubieran triunfado también, conjuntamente al toledano, el gallegoportugués al noroeste por un lado y el catalán al noreste, con la influencia galorromance, por otro lado).

El primer romance peninsular: el andalusí
Precisamente, el primer romance que se habló en la península fue el romance andalusí, lo que tradicionalmente se ha llamado mozárabe (como en las jarchas mozárabes que estudiamos en Literatura Española). Fue esta la lengua derivada del latín que los hispanogodos-mozárabes siguieron hablando en al-Ándalus, es decir, en el territorio peninsular dominado por los nuevos señores musulmanes.
Como era de esperar, en al-Ándalus se dio una situación de diglosia en la que el árabe, la lengua de los mandatarios, era la lengua elevada usada para las cosas importantes, mientras que el mozárabe quedó para la vida doméstica de la población hispana; de ahí que apenas hayan llegado hasta nosotros rastros de este romance andalusí, que posiblemente murió hacia el siglo XIII, precisamente, por el ímpetu del castellano.
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Aun así, nos dejan ver algunos rasgos del español❄ realmente más primitivo. Algunos de ellos los tendrá también el castellano y, por tanto, el español actual; otros, no. Veamos algunos ejemplos a título anecdótico:
- welyos < ŏculos, donde tenemos la diptongación esperada de ŏ, ausente en español por inflexión
- nuemne < nŏmine, ídem, pero por contexto de nasalidad
- noxte o nohte < nocte, donde la /k/ implosiva ya está fricatizada (¿[x]?) previo paso a su vocalización en noite, etc.
- vivreyu ‘viviré yo’ < vivere habeo ego, donde el futuro perifrástico romance está bastante consolidado
El noreste y el noroeste
La invasión, naturalmente, puso patas arriba, en todos los sentidos, la península ibérica. Los diversos territorios de tradición hispanogoda quedaron más o menos incomunicados unos de otros, lo que dio lugar a la fragmentación lingüística y, por ende, a la aparición de los dialectos romances norteños. Hagamos un rápido repaso de lo que ocurre en ambos extremos.
Bastante pronto, la zona de Galicia quedó relativamente ajena de la influencia musulmana. Con la popularización algo posterior del camino de Santiago, este gallego(portugués) empieza su ascenso como lengua romance de cultura.
En el este del norte peninsular podemos hablar de una mezcla de hispanogodos y mozárabes y la influencia carolingia, franca, por la Marca Hispánica, lo que da lugar a un dialecto romance, lo que será el catalán, bastante influido por el provenzal y lo provenzal. (No estoy capacitado para debatir si el catalán ha de considerarse una lengua iberorromance u occitanorromance, así que lo dejamos aquí).
Las franjas centrales
Entre noroeste y noreste encontramos tres zonas más, centrales, pero también repartidas de oeste a este, respectivamente la zona del leonés, la del castellano y la del (navarro)aragonés. (También hubo un riojano, posteriormente absorbido por el castellano, que fue un dialecto de transición entre el castellano y el aragonés, pero también con el vasco).
En este famoso mapa animado —con cualquier defecto que podamos encontrarle— podemos hacernos una idea:


Castilla
Inicialmente, Castilla era una región poblada de castillos, no necesariamente los castillos que tenemos en mente, sino probablemente más con su significado etimológico: castellum como diminutivo de castrum; por tanto, más bien ‘fortaleza’.


Era tierra de frontera entre León y los cristianos del norte en general y los territorios aún musulmanes hacia el sur, o sea, territorio en constante conflicto y lucha. Al principio de la Reconquista, había sido una zona bastante aislada, que fue repoblada por diversas gentes —leoneses, godos, astures, vascones, cántabros, mozárabes…— en el siglo X.


Por diversas carambolas históricas, Castilla —ya como reino de Castilla— acabó convirtiéndose en la protagonista de la Reconquista a lo largo del siglo XI.


Así y todo, no hemos de pensar que este fue el fin del leonés y del aragonés, que siguen cultivándose profusamente aún en el siglo XIV y, de hecho, también ejercerán su influencia en el castellano. Igualmente hay que tener en cuenta que en esta época no hay fronteras claras entre unos romances y otros.
El latín-romance de Castilla
No entraremos en la cuestión de cuándo el latín deja de ser latín para pasar a ser romance, porque nadie parece en disposición de saberlo. Vayamos a lo que podemos buenamente saber.
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Suponemos que el latín de la zona de la original Castilla, la Vardulia prerromana, no era el mejor latín que se aprendía en Hispania. No se sabe si eran indoeuropeos, celtas, quizá de filiación eusquérica. En cualquier caso, su contacto con los ariscos cántabros y vascos haría de Vardulia una zona no especialmente romanizada. Estos várdulos, fueran quienes fueran, tampoco se dejaron mandar especialmente por los visigodos (ni por los musulmanes), que, aunque bárbaros en la terminología-mentalidad tradicional, estaban sumamente romanizados y tenían un considerable nivel cultural.
En fin, la zona de origen del castellano estaba poco latinizada, su latín era de poca calidad y, además, este estaba fuertemente influido por las lenguas prerromanas con las que estaba en contacto (el ibérico probablemente, pero esencialmente el vasco). Sus habitantes no eran desde luego gente de cultura y, por tanto, este latín evolucionará hacia un romance privado de cualquier tradición culta.
A todo esto, hemos de añadir la ya mencionada confluencia de repobladores de distintos orígenes con sus diversos dialectos, lo cual favorecerá que el castellano sea, más bien, una especie de koiné. Es probable que esta koineización favoreciera que el castellano se regularizara, es decir, simplificara variantes de un mismo fenómeno, con mayor rapidez y decisión que otros romances vecinos.
El español más primitivo
Si por «español más primitivo» nos permitimos entender ‘la lengua iberorromance más primitiva’, entonces ya hemos mencionado que se trataría del mozárabe o romance andalusí. Su existencia nos estaría confirmando que el común de los mortales ya hablaba romance, no latín, como muy tarde en el 711, es de suponer que desde antes.
Efectivamente, el romance andalusí nos permite ver estadios de evolución romance muy tempranos. También otros documentos incluso anteriores, de época visigoda, aun cuando están en un latín razonablemente correcto, nos permiten intuir cambios que estaban teniendo lugar, como, por ejemplo, la abertura de vocales altas, la palatalización de k y g ante e, i, la sonorización de oclusivas intervocálicas, algunas diptongaciones…
A partir del siglo XII empiezan a aparecer textos romances con afán literario —solemos conocer, al menos, el Auto de los Reyes Magos—, por lo que podemos suponer este siglo como la frontera entre lo más primitivo o incluso lo preliterario —este artículo— y todo lo demás.
Por tanto, para estudiar el español más primitivo, hemos de mirar a los textos anteriores al siglo XII, escasos y a menudo híbridos latín-romance; o, por decirlo de otra forma: no siempre es fácil saber si son textos en latín con elementos romances o textos romances latinizados.
Los textos del español primitivo
Ya hemos dicho que en esta época la delimitación entre unos romances y otros no es clara y que unos permean en otros. Dicho eso, enumeremos los textos que suelen mencionarse como los primeros testimonios de español, o sea, de iberorromances.
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Los documentos que probablemente nos suenen del colegio son las Glosas emilianenses y las Glosas silenses. Quizá también nos suenen la Nodicia de kesos y, más aclamados recientemente, los Cartularios de Valpuesta. Los tres primeros se fechan en la bisagra de los siglos X y XI, mientras que los Cartularios podrían tener testimonios incluso del siglo IX.
No estoy capacitado para entrar en cuál de ellos supone la verdadera cuna del castellano, por lo que lo mejor será que nos limitemos a explicar concisamente qué tenemos en cada uno de estos textos.
Glosas emilianenses y silenses
Entendamos, ante todo, que una glosa no es más que una anotación que se hace, principalmente, al margen del texto o sobre alguna palabra específica. El que haya traducido latín o griego, sin duda habrá glosado su texto de forma muy similar.


Las glosas de mayor importancia son las emilianenses, así que centrémonos en ellas. En ellas encontramos traducciones o aclaraciones sobre el texto latino, ya sea en un latín más fácil o directamente en romance, probablemente navarroaragonés con rasgos riojanos. (¡E incluso en vasco, sus primeros testimonios escritos!). También encontramos códigos que nos aclaran la sintaxis latina según lo que un romanceparlante esperaría.
Por ejemplo, el latín reddet se glosa como tornarad ‘volverá’, quid agas como ke faras ‘qué harás’, caracterem como seignale ‘señal’, etc.
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Pero probablemente lo más destacado es lo que se considera el primer texto en español, que no es realmente una glosa sobre alguna parte del texto original, sino un texto con entidad propia, «el primer vagido de la lengua española», según Dámaso Alonso:
Con o aiutorio de nuestro
dueno Christo, dueno
salbatore, qual dueno
get ena honore et qual
duenno tienet ela
mandatione con o
patre con o spiritu sancto
en os sieculos de lo siecu-
los. Facanos Deus Omnipotes
tal serbitio fere ke
denante ela sua face
gaudioso segamus. Amen.
Con la ayuda de nuestro
Señor Cristo, Señor
Salvador, Señor
que está en el honor y
Señor que tiene el
mandato con el
Padre con el Espíritu Santo
en los siglos de los siglos.
Háganos Dios omnipotente
hacer tal servicio que
delante de su faz
gozosos seamos. Amén.
Nodicia de kesos
No es fácil decir si es un romance algo latinizado (en ese caso, supuestamente, asturleonés) o simplemente un latín del todo macarrónico (saltos de línea míos):
Nodicia de kesos que espisit frater Semeno: In Labore de fratres In ilo bacelare de cirka Sancte Iuste, kesos V;
In ilo alio de apate, II kesos; en que[e] puseron ogano, kesos IIII; In ilo de Kastrelo, I; In Ila uinia maIore, II;
que lebaron en fosado, II, ad ila tore; que baron a Cegia, II, quando la taliaron Ila mesa; II que lebaron LeIone; […]
alio ke leba de sopbrino de Gomi de do…a…; IIII que espiseron quando llo rege uenit ad Rocola; I qua Salbatore Ibi uenit.
Relación de los quesos que gastó el hermano Jimeno: En el trabajo de los frailes, en el viñedo de cerca de San Justo, cinco quesos.
En el otro del abad, dos quesos. En el que pusieron este año, cuatro quesos. En el de Castrillo, uno. En la viña mayor, dos;
que llevaron en fonsado a la torre, dos. Que llevaron a Cea cuando cortaron la mesa, dos. Dos que llevaron a León […]
otro que lleva el sobrino de Gomi […] cuatro que gastaron cuando el rey vino a Rozuela. Uno cuando Salvador vino aquí.
Cartularios de Valpuesta
Están escritos claramente en latín, pero con bastantes elementos comunes iberorromances, con la particularidad de que algunos de estos elementos romances son exclusivos del romance castellano. Por tanto, posiblemente podamos decir que es en un texto en latín donde encontraríamos los primeros rasgos específicos del castellano primitivo.
En el fragmento vemos claramente que es el más latino de todos los textos expuestos hasta ahora, aunque no especialmente difícil de leer:
… in loco que uocitant Elzeto cum fueros de totas nostras absque aliquis uis causa, id est, de illa costegera de Valle Conposita usque ad illa uinea de Ual Sorazanes et deinde ad illo plano de Elzeto et ad Sancta Maria de Uallelio usque ad illa senra de Pobalias, absque mea portione, ubi potuerimus inuenire, et de illas custodias, de illas uineas de alios omnes que sunt de alios locos, et omnes que sunt nominatos de Elzeto, senites et iubines, uiriis atque feminis, posuimus inter nos fuero que nos fratres poniamus custodiero de Sancta Maria de Valle Conpossita…
… en el lugar que llaman Elicedo con fueros de todas las nuestras excepto alguna causa de fuerza, esto es, de la costera de Valpuesta hasta la viña de Val Sorazanes y de allí al llano de Elicedo y a Santa María de Vallejo hasta la sierra de Pobalias, excepto mi parte, donde habremos podido encontrar, y de los puestos de guardia, de las viñas de otros hombres que son de otros lugares y hombres que llaman de Elicedo, viejos y jóvenes, varones y hembras, hemos puesto entre nosotros fuero que nosotros hermanos pongamos guardián de Santa María de Valpuesta…
Entre los rasgos típicamente castellanos patentes en los Cartularios, tenemos la no diptongación por inflexión de una vocal latinovulgar abierta, la aspiración/pérdida de f‑ latina, etc. (Sin embargo, también incluye algunos ejemplos de rasgos impropios del castellano como el plural femenino de la 1.ª declinación en ‑es en lugar de ‑as o la pérdida de ‑o final).
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Algunos rasgos del castellano primitivo
Según lo que los expertos han deducido de los textos mencionados y otros documentos, los rasgos del castellano primitivo eran ya muy parecidos a los que tendríamos hasta mediados del siglo XIV, cuando comienzan los últimos grandes cambios; por tanto, el castellano de época alfonsí (siglo XIII) venía ya de antes (ya entraremos en detalle en un minicurso de español medieval).
Centrémonos en lo propio de esta época primitiva.
(Orto)grafía
Como sabemos, uno de los grandes cambios entre el latín y las lenguas romances en general es la creación de un ejército de consonantes palatales inexistentes en latín: /ɲ/, /ʎ/, /ʝ/, /ʒ/, /ʃ/, /tʃ/… El gran reto de esta época, que se solventará en buena medida en época alfonsí, es el de cómo escribir sonidos que no existían en latín y que, por tanto, no tenían una correspondencia letra-sonido.
Por ejemplo, como no existía ‹ñ›, se planteaba la cuestión: ¿cómo hemos de escribir lo que pronunciamos [ɲ]? Cada uno hacía lo que podía y hay ejemplos de prácticamente cualquier cosa (→ indica lo que esperaríamos en ortografía actual, que no necesariamente coincide con la forma de la palabra actual; en negrita, las representaciones gráficas de /ɲ/):
- tamania → tamaña
- vergoina → vergoña > «vergüenza»
- vinga → viña
- vina → viña
- sennor → señor
- Torogno → Toroño
Vocalismo
La diptongación a /ie/ y a /ue/ de las vocales tónicas abiertas /ɛ/ < ĕ y /ɔ/ < ŏ parece ya consumada, mientras que en otros romances aún vacilan las formas de los diptongos (p. ej. [u̯o] o [u̯a] < /ɔ/). Incluso ya hay muestras de la simplificación de ‑iello > ‑illo.
La apócope de ‑e final (p. ej. pan < pane) también empieza a verse, pero todavía se conserva a menudo.
Consonantismo
Como hemos dicho, ya hay testimonios de aspiración o pérdida de f‑ inicial latina. También parece haber ya palatalización de los grupos latinos pl‑, kl‑ y fl‑.
Por otra parte, es posible que el ensordecimiento de las sibilantes sonoras ya estuviera en marcha (mucho más temprano de lo que, por simplificar, suele explicarse).
Morfosintaxis
Ni que decir tiene que ya estaba perdida la morfosintaxis casual latina. Por otra parte, muchas formas sintéticas latinas ya habían sido reemplazadas por las analíticas romances.
Los artículos —recordemos que el latín carece de ellos— ya estaban en uso y de forma bastante más estable que en otros romances, aunque aún vacilan un lo masculino y las formas elo y ela. Aunque actualmente solo sobreviven —al menos en el estándar— las contracciones «al» y «del», en esta época hay bastantes más preposiciones articuladas como enna ‘en la’ y conna ‘con la’.
Es inquietante la alta frecuencia de una ‑t o ‑d < ‑t final en la 3.ª persona de los verbos. Un rasgo del latín arcaico y del vulgar es ya la pérdida de esa ‑t, por lo que esperaríamos que estuviera bien desaparecida en romance. ¿Habría aún, en el castellano más antiguo, algún rastro en la pronunciación? ¿Sería mero prurito etimológico? ¿Hay que (re)plantearse la supuesta pérdida en el latín arcaico y/o vulgar (léase a J. N. Adams)?
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Últimas palabras y conclusión
Este artículo ha sido una introducción histórica y lingüística del español —entendido tanto como romance ibérico en general como romance castellano en particular— más primitivo según lo que podemos razonablemente saber a partir de la documentación.
La parte histórica, lógicamente, está estrictamente limitada y recortada según nuestra finalidad lingüística, es decir, según nuestro interés en la historia de la lengua. Por supuesto, el párrafo que empieza «Por diversas carambolas históricas» es una burda forma de escaparme de dar explicaciones meramente históricas en un artículo de lengua.
Con este artículo, pues, sabemos dónde, por qué y cómo surge el castellano y cómo llega a ser el romance que se imponga en mayor o menor medida a los demás en la península ibérica. Sin embargo, hemos dejado la historia cuando es un adolescente; aún nos queda por ver cómo alcanza la edad adulta con Alfonso X el Sabio.
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