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Es probable que alguna vez hayas oído o incluso dicho tú mismo cosas como «a jierro», «la jambre», «estar jarto», etc., es decir, que hayas aspirado la ‹h›, letra que, como todo el mundo sabe, en español es muda y cuya escritura no es más que respeto a la etimología. Pero, de hecho, la aspiración de ‹h› a veces va más allá.
Los hablantes de determinadas áreas rurales, sobre todo los de menor formación, son precisamente los que conservan de forma más generalizada la pronunciación aspirada de la ‹h›.
Esta letra, como veremos a lo largo del artículo, puede tener diversas procedencias a lo largo de la historia del español, aunque principalmente dos, ambas latinas: la f y la propia h.
Contenidos del artículo
Origen de f y h latinas
Como ya hemos mencionado, la grafía española ‹h› representa principalmente las latinas f y h. Como ninguno de estos dos fonemas estaba presente en el protoindoeuropeo, parece razonable que veamos de dónde los sacó el latín.
Aunque no es absolutamente necesario, sí es muy conveniente para esta primera parte del artículo estar familiarizados con la ley de Grimm y cómo nos sirve para comparar raíces indoeuropeas en latín y en lenguas germánicas. De hecho, te dejo el vídeo de la clase completa:
Origen de la f latina
La f latina puede tener dos orígenes, según su posición en la palabra.
En posición inicial de palabra, como en fero, facio o fundo (y sus correspondientes compuestos, p. ej. refero, reficio o refundo), procede de las prehistóricas oclusivas sonoras aspiradas:
- fero ‘llevar’ < *bʰer‑ (cf. inglés bear ‘llevar’)
- facio ‘hacer’ < *dʰeh₁‑ (cf. inglés do ‘hacer’)
- fundo ‘verter’ < *ǵʰewd- (cf. alemán gießen ‘verter’)
En interior de palabra, la evolución esperable de las aspiradas indoeuropeas en latín era b, como en uber ‘ubre’ (cf. inglés udder) o nebula ‘niebla’ (cf. alemán Nebel)
Es por esto que, en interior de palabra, f era bastante infrecuente, ya que solo aparecía en compuestos —como hemos visto un poco más arriba— o por evoluciones rústicas o dialectales de las mismas sonoras aspiradas, como por ejemplo:
- rufus (relacionado con el esperable ruber ‘rojo’) < *h₁rewdʰ– (cf. inglés red)
Consideraciones sobre la f latina
La f latina era labiodental, es decir, igual que la del español y (casi) cualquier otra lengua actual al uso: nada destacable. Sin embargo, es probable que en sus inicios fuera bilabial.
Ya hablamos hace tiempo de cómo esto estaba incluso reflejado en el Appendix Probi. No nos vamos a repetir, pero sí conviene que lo recordemos para tenerlo en cuenta algo más adelante:
Origen de la h latina
Tampoco la h latina era de herencia directa indoeuropea, aunque naturalmente sí surge a partir de fonemas de la protolengua: concretamente, de *ǵʰ y de *gʰ. Unos ejemplos:
- homo ‘hombre’ < *ǵʰm̥mṓ ‘terrestre, hombre’ (cf. inglés dialectal gome ‘hombre’)
- habeo ‘tener’ < *gʰeh₁bʰ- ‘coger’ (cf. inglés give); no confundir con…
- (prae)hendo ‘coger’ < *gʰed- ‘coger’ (cf. inglés get)
Como vimos un poco más arriba, *ǵʰ dio f en fundo, aunque esta evolución es realmente anómala y se habría esperado *hundo.
Consideraciones sobre la h latina
Lo que en latín era h, en tiempos muy antiguos —prehistóricos—, debía de ser más fuerte que una aspiración, probablemente algo como la actual ‹j› española. Pensemos que los fonemas protoindoeuropeos *ǵʰ y de *gʰ debían de sonar parecido a un intento de desatascar una espina de la garganta.
Sin embargo, es probable que en el latín más arcaico esta [x, χ] se hubiera debilitado en una aspiración /h/ cada vez más imperceptible, hasta que en tiempos republicanos hubiera desaparecido completamente y, al igual que en el español actual, no fuera más que una cuestión ortográfica.
Ya en el propio latín había una cierta afinidad entre f y h y ocasionalmente se documentan errores ortográficos como fircus ‘macho cabrío’ en lugar de hircus, y lo contrario, como haba en lugar de faba.
No entraremos en más detalles al respecto —el interesado queda invitado a acudir a mi clase sobre las fricativas latinas—, aunque parece inexcusable omitir la famosa anécdota del poema 84 de Catulo, en el que se burla del nuevo rico Arrio por decir hinsidias —con aspiración— en lugar del correcto insidias: cuestión de hipercorrección, fenómeno frecuente cuando la ortografía queda desfasada respecto a la pronunciación real.Como vamos a ver, toda esta historia de la h va a repetirse ya en la historia del español.
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Evolución de la f latina en español
Como resumen de todo lo dicho hasta ahora, antes de proseguir: la h había dejado de aspirarse en el propio latín y la f seguía siendo /f/ (labial: ya fuera labiodental [f] o bilabial [ɸ]).
Hasta los siglos VIII–X, la f fue una consonante labial. Más tarde, esta f llegaría a aspirarse en /h/. El último paso será la desaparición de la aspiración: /h/ > ∅.Vamos a ver todo esto de forma más detallada. Aun así, hemos de tener en cuenta que hasta el siglo XVI lo normal era escribirlo todo de forma etimológica con ‹f›, ya se conservara por completo la f labial, ya se hubiera relajado en aspiración, ya se hubiera elidido por completo. Esta ortografía conservadora, etimológica, emborrona en cierta medida nuestra lupa de investigadores filológicos.
Comportamiento de la f en español
Hemos de considerar el comportamiento de la f latina desde, al menos, dos puntos de vista. El primero de ellos y más funcional para el objetivo de este artículo es el de aspiración frente a conservación:
- filiu > «hijo»
- forte > «fuerte»
El segundo, el de si f se encuentra en posición inicial de palabra o no; como hemos dicho algo más arriba, por la propia historia de la f latina, esta va a aparecer casi siempre en inicio de palabra. Por tanto, estaremos tratando siempre la f inicial (o sin que importe la posición), salvo cuando digamos lo contrario.
Conservación de f
Aunque es muy característica del castellano la aspiración de la f latina (y posterior elisión), este sonido puede conservarse tal cual, y así permanece en el español actual.
Las reglas generales de la conservación son:
- ante ue < /ɔ/ < ŏ, p. ej. «fuerte» < fŏrte
- ante r, p. ej. «frío» < frigidu
Además, por supuesto, los cultismos, que por definición quedan fuera de la evolución regular de la lengua. Por otra parte, ante l se convertirá posteriormente en /ʎ/ (p. ej. flammam > «llama»), por lo que este caso no nos interesa aunque estrictamente es de conservación.
Por su parte, ante ie < /ɛ/ < ĕ, alterna de forma más o menos equilibrada la conservación («fiera» < fera) y la aspiración («hierro» < ferru).
La alternancia puede darse en otros casos, llegando a crear dobletes, como «fondo» (sustantivo) y «hondo» (adjetivo).
Relajación de f
La mayoría de las lenguas romances simplemente conservan la f latina como una fricativa labiodental. Por contra, una de las grandes marcas diferenciadoras del español frente al común romance es la aspiración y elisión de f latina, principalmente en inicial de palabra. Por ejemplo, donde en español tenemos «harina» < farina, en otras lenguas tenemos farina o similares.
De forma general, todos los contextos que no sean de conservación de f son de aspiración.
Como ya hemos dejado caer, el proceso de relajación se divide en dos fases según una cronología relativa bastante evidente:
En este curso de griego antiguo desde cero vamos a ir aprendiendo la teoría necesaria para aplicarla de forma inmediata al análisis y a la traducción de textos griegos, más simples al principio y más largos y complejos conforme vayamos avanzando.
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Aspiración de f > /h/
Sean cuales sean realmente las causas profundas que llevan a la aspiración de f —sustrato, vascos, celtas…—, parece que hemos de partir de una f bilabial: [ɸ]. Si nos fijamos en la posición de los labios, efectivamente es más fácil relajar una [ɸ] en [h] que una [f] labiodental.
Hemos dicho más arriba que la f primitiva del latín era probablemente bilabial y que en el propio latín se hizo labiodental. Por tanto, podemos pensar en una especie de evolución búmeran [ɸ] > [f] > [ɸ], o incluso simplemente asumir que el latín hispano —más conservador que el italiano— mantuvo la primitiva f bilabial.
Una evolución probable parece ser, en palabras de Ariza:
- bilabial de fricación ligera, pero fuertemente aspirada: [ɸ]
- fuerte aspiración faríngea ligeramente labializada: quizá [ħʷ]
- aspiración faríngea: [h]
La cronología de este primer paso no es del todo clara, pero debió de ser posterior a la diptongación de /ɔ/, ya que la aspiración no tiene lugar en la secuencia fue‑ < f/ɔ/‑, pero sí en fo‑ < f/o/‑: «fuerza» < fortia, pero «hoja» < folia.
Sí parece más fácil establecer que el cambio comenzó por la zona de Cantabria y que se empezó a expandir, junto con Castilla y su Reconquista, en el siglo X, llegando hasta el sur peninsular. Paradójicamente —como vamos a ver— mientras la aspiración se asentaba en el sur, ya comenzaba a perderse en la zona de Burgos.Elisión de /h/ > ∅
La elisión de la aspiración, es decir, que dejara de pronunciarse /h/, empezó cerca de donde nació el mismo sonido que ahora se mataba, más o menos por la zona de Burgos y otras áreas de Castilla la Vieja.
Tampoco la cronología de la pérdida de la aspiración es fácil. Sí que podemos saber que en el siglo XVI se oponen claramente el habla de Burgos-Madrid, donde «hablar» se pronunciaba [aˈβlaɾ], y el habla de Toledo —la capital del momento, dato importante—, donde se pronunciaba [haˈβlaɾ]. También lo sabemos de poetas: el toledano Garcilaso aspiraba, mientras que el madrileño Lope ya no.Como con tantos otros cambios, los factores sociolingüísticos —clasistas— van a entrar en juego. Los rasgos de la capital tienden a percibirse más positivamente: así, cuando Felipe II decide en 1561 pasar la capital española desde Toledo —conservadora de /h/— hacia Madrid —que ya la había eliminado—, la aspiración comenzará a percibirse provinciana y aun rural. De ahí el triunfo de la desaparición total de la aspiración.
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Conservación de la aspiración
¿Desaparición total? Prácticamente, sí. Solo en zonas aisladas o rurales, o por motivos expresivos, sigue existiendo hoy la aspiración procedente de f.
En unos pocos casos, de hecho, la aspiración llegó a triunfar y a tratarse como ‹j› /x/. Probablemente son pronunciaciones andaluzas conservadoras que se popularizaron en el resto de España con la aspiración. Son unas pocas palabras como «jamelgo» < famelicu, «joder» < futuere o «juerga» <~ follicare.
Por motivos expresivos, la ‹h› de algunas palabras puede aspirarse y conferir así algún matiz especial:
- la «hambre» aspirada es más intensa que sin aspirar
- el «higo» aspirado es el órgano sexual femenino
Por último, aún hoy hablantes de zonas rurales y normalmente de bajo nivel cultural —en una suerte de paradoja— siguen aspirando las haches. Además, también pueden aspirar la s y alguna otra letra en inicial de sílaba, pero esto es ya otra cuestión.
La f medial
Ya hemos dicho que no era frecuente en el propio latín la f en posición media de palabra, si no era por simple composición.
Esporádicamente podíamos encontrar una /f/ en latín procedente de φ griega (transliterada ph). Son estos casos los que tienen algo de interés por ser algo que no hemos comentado aún. En efecto, la evolución de estos ejemplos de ph es a /b/:
- «Esteban» < Stephanu
- «cuévano» < cophinu
- «rábano» < raphanu
Por lo demás, algunos ejemplos más que nada curiosos en los que /f/ medial evoluciona en h:
- «dehesa» < defensa
- «enhiesto» < infestu
Ortografía de la aspiración en la historia del español
Ya hemos visto que lo que en el español actual escribimos con ‹h› tiene principalmente dos orígenes latinos: la h (muda, meramente ortográfica) y la f labial.
La h latina, muda y meramente ortográfica, ha vacilado a lo largo de la historia del español, y así podemos encontrar ‹ombre›, ‹omne›, etc. para el actual «hombre»; sin embargo, finalmente se ha impuesto la etimología. Aun así, ocasionalmente han prevalecido grafías sin la ‹h› etimológica, como los nombres propios Adriano o Aníbal.
Por su parte, la f es la que ha evolucionado desde el latín al español, tanto fonética como ortográficamente, aunque —y esto es muy importante— no a la par.
Durante la Edad Media, la f latina, independientemente de cuál fuera su pronunciación real, se escribía con ‹f›: ‹fijo› por «hijo», ‹fazer› por «hacer», etc., y a la vez ‹fuerte›, ‹frío›, etc.
Solo muy a finales del siglo XV se siente ya la necesidad de distinguir ortográficamente lo que se llevaba mucho tiempo distinguiendo en la pronunciación. Así, la /f/ se siguió escribiendo con ‹f› como en «fuerte» y «frío», y la /h/ (posteriormente ∅) se empezó a escribir con ‹h› como en «hijo» y «hazer». Esto permitió distinguir ortográficamente la horma [ˈhoɾma] del zapato de la forma [ˈfoɾma] general.
Todo esto queda reflejado tan pronto como las obras de Nebrija. Por supuesto hay ejemplos anteriores (como ‹prohío› por «porfío» en el Auto de los Reyes Magos). Podemos afinar incluso más: la primera edición de La Celestina (1499) conserva la f, mientras que en la segunda (1501) el cambio a ‹h› es mayoritario. Recordemos, nuevamente, que solo estamos hablando de ortografía: de la pronunciación ya hemos estado hablando largo y tendido.
Paradójicamente, cuando el cambio ortográfico se había fijado, ya muchos hablantes habían dejado de aspirar y este cambio iba expandiéndose rápidamente desde el norte primero y desde Madrid más tarde.
Conclusión y últimas palabras
Actualmente escribimos ‹h› para representar, mayoritariamente, la f y la h etimológicas del latín. Esta última lleva sin aspirarse desde el propio latín, y aquella es la que sufrió la evolución de la que hemos tratado en este artículo: fricativa labial > aspiración > elisión.
Lo hemos mencionado, pero merece la pena insistir. En el caso de la evolución de f hay que separar drásticamente la ortografía de la pronunciación, ya que el desfase fue siempre bastante grande. Así pues, una grafía ‹f› podía estar representando, efectivamente, una /f/, una aspiración, o incluso ya ningún sonido.
Como tantas otras veces, una innovación —desviación, si queremos una palabra menos aséptica— respecto a la norma es la que acaba imponiéndose y convirtiéndose en la nueva norma, llegando incluso a desplazar y estigmatizar a la anterior. Tal es el caso con la aspiración —que aún sobrevive marcada con un estigma bastante grande— o incluso con el no yeísmo.
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¿Y el euskera no influyó en está evolución como siempre había estudiado?
Sí. Eso lo despacho con esta frase, ya que no tiene (o al menos para mí en este artículo) mayor interés: «Sean cuales sean realmente las causas profundas que llevan a la aspiración de f —sustrato, vascos, celtas…—, parece que hemos de partir de una f bilabial: [ɸ]».
En la parte occidental de la zona dialectal andaluza (mayor que la Andalucía geográfica, como se sabe) se aspira la «-S» final de palabra cuando la siguiente comienza por vocal (en sílaba tónica o incluso átona): «Lo japero» (< "los aperos). Como la capital y los medios de comunicación audiovisuales se ubican en esta parte, el fenómeno tiende al menos a mantenerse y no estigmatizarse, ni siquiera en la variedad estándar. Pero te aseguro que a los de las provincias lingüísticamente orientales (Córdoba, Jaén, Granada, Almería) nos "molesta" esta aspiración y nos parece… digamos rústica. A veces tenemos la impresión de estar oyendo "jotas" todo el tiempo, de forma parecida a cuando estamos con una persona de lengua árabe. Saludos. Acabo de hacerme mecenas y registrarme. Sigo tus artículos desde hace tiempo y los recibo en mi correo.
Efectivamente. A la aspiración se suma la resilabación y si uno no está tan acostumbrado a eso puede sonar raro e incluso confuso.
Ah, ¡bienvenido! 😃