El reajuste de las sibilantes es uno de los mayores cambios ocurridos en la historia más reciente —si aceptamos como reciente el Siglo de Oro— del español. Este reajuste fue tal que, de los seis fonemas sibilantes originarios, solo uno ha sobrevivido como tal.
Como vamos a ver, esto no quiere decir que el 83 % de estos fonemas haya sido eliminado fulminantemente, aunque los contrastes fonológicos entre ellos sí se han simplificado a la mitad o más de la mitad.
Actualmente pronunciamos con la misma /s/ «casa» y «oso», con la misma /θ ~ s/ «hacer» y «fuerza» y con la misma /x/ «mujer» y «dijo». Sin embargo, la consonante en negrita de cada una de estas seis palabras representaba un fonema distinto: los seis fonemas sibilantes que participarán en el revolucionario reajuste de las sibilantes en español.
Además de la importante reducción del inventario fonológico que acabamos de mencionar, es en el reajuste de las sibilantes donde tiene origen la dicotomía de distinción de z y s por un lado y seseo/ceceo por otro; como vamos a ver, podríamos decir que no distinguir es lo original. También en este reajuste tiene lugar la aparición de /x/, el sonido de j, antes escrito ‹x› y pronunciado /ʃ/. Pero no nos liemos. Vayamos por partes.
Antes de proseguir, es conveniente repasar las reglas fundamentales de la evolución del español desde el latín y, por supuesto, algunos fundamentos de fonética y fonología del español.
Contenidos del artículo
¿Qué y cuáles son las sibilantes?
Como su propio nombre indica, los sonidos sibilantes —o, más claro aún, silbantes—, son aquellos que suenan como un silbido. Por dar una mayor variedad de matices, podríamos añadir los zumbidos de insectos como abejas y moscas, el siseo de las serpientes, las madres mandando callar y cualquier palabra que en italiano contenga zz.
Si entramos en características acústicas, diremos que son muy agudas y se producen en frecuencias altas. No es casual que se suelan emplear, de forma universal, sonidos sibilantes para llamar la atención de la gente. De ahí muchas onomatopeyas como shhhh, pssst, etc.
El inglés tiene seis consonantes sibilantes, así que lo usaremos para que nos vayamos haciendo una idea más concreta:
- /s/ como en sad
- /z/ como en zoom
- /ʃ/ como en show
- /ʒ/ como en genre o visual
- /tʃ/ como en chair
- /dʒ/ como en joke
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El español actual tiene tan solo dos fonemas silbantes, /s/ como en «cose» y /tʃ/ como en «coche», a los que podemos añadir un tercer sonido en muchas variedades, [ʃ], normalmente un alófono de /tʃ/ por relajación. Hemos de advertir que /tʃ/ no participa en el reajuste que estamos a punto de tratar, por lo que la antigua «noche» sigue siendo todavía «noche».
El reajuste de las sibilantes en español
El antiguo inventario del español (7) era más parecido al del inglés (6) que al del español actual (2), tanto en cantidad como en cualidad. De hecho, lo extraño a nivel romance (portugués, catalán, italiano…) es el reducido número de fonemas silbantes del español moderno.
Lo que toca ver es cómo y en qué orden se produjeron estos cambios.
Inventario de sibilantes del español medieval
Ya hemos dicho que el español medieval tenía siete fonemas sibilantes. Uno de ellos era el africado /tʃ/, que iba por su cuenta y por tanto aquí acaba su historia en este artículo. Ya hemos dicho que sobrevive tal cual hasta nuestros días (sin tener en cuenta su relajación en [ʃ] en algunas variedades).
Es posible que también existiera en español el correspondiente fonema sonoro /dʒ/; en este caso, se habría neutralizado más tempranamente con el /ʒ/ del que vamos a hablar más adelante. Es posible, o probablemente no, si tenemos en cuenta que la ortografía era la misma para ambos sonidos, lo que indicaría alófonos y no fonemas. No importa.
Los que nos interesan son los otros seis, que iban en parejas de sonoridad. Por tanto, la pronunciación de cada fonema dentro de cada pareja era la misma, pero con la diferencia de que en el fonema sonoro vibraban las cuerdas vocales y, en el sordo, no.
Como fonemas independientes que eran unos de otros, tenían la capacidad de distinguir palabras en pares mínimos, y por tanto incluso se distinguían en la escritura:
- pareja de africadas dentoalveolares /t͡s/ y /d͡z/, que distinguían decir ‘descender’ de dezir ‘decir’
- pareja de fricativas apicoalveolares /s̺/ y /z̺/, que distinguían osso ‘oso’ de oso ‘yo oso (osar)’
- pareja de fricativas prepalatales /ʃ/ y /ʒ/, que distinguían fixo ‘fijo’ de fijo ‘hijo’
Sin embargo, esto no habría de durar a salvo más allá del siglo XV y el sistema se reducirá a tres fonemas sibilantes sordos (los sonoros se ensordecerán y se unirán con los originariamente sordos). Posteriormente, solo la /s/ seguirá siendo sibilante, mientras que los otros dos se pelearán y se irán a extremos opuestos de la boca, dejando de ser parte del ya escaso grupo de fonemas silbantes.
Por ir sistematizando, expliquemos estos fonemas en una tabla, con su ortografía antigua y algunos ejemplos:
Ahora sí, veamos en mayor detalle cada una de las sucesivas etapas del reajuste.
Relajación de las africadas dentoalveolares /t͡s, d͡z/
De forma similar a como en algunas variedades del español actual se pronuncia la africada ch de forma relajada (y por tanto «muchacho» suena más a mushasho), así se van a relajar también, en este punto de la historia, las africadas /t͡s, d͡z/.
Una consonante africada es aquella que, como los dos caracteres de su símbolo indican, consta de dos fases: una oclusiva (la t o la d) y otra fricativa (la s o la z). Cuando se pierde la fase oclusiva, la africada se ha relajado o simplificado o, por ser más puntillosos, se ha de(s)africado y, por tanto, se ha convertido en una simple fricativa.
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Podemos considerar esta relajación el punto de partida de todo el gran reajuste de las sibilantes. Lo veremos más claro al mirar el resultado exacto de la desafricación, que resulta en sendas fricativas predorsodentales convexas, la sorda y la sonora:
- /t͡s/ se ha convertido en /s̪/
- /d͡z/ se ha convertido en /z̪/
Si los símbolos resultantes se parecen a /s̺/ y /z̺/ es porque los sonidos resultantes efectivamente se parecen. Como ya sabemos de otras neutralizaciones como el yeísmo, los sonidos parecidos corren el riesgo de mezclarse. La lengua puede simplemente permitirlo o reaccionar para impedirlo. Esto es importante, ya que será el origen de la diferencia entre el sistema distinguidor y el seseo. Volveremos a ello.
Ensordecimiento de las sonoras
Si nos paramos a analizar los errores ortográficos, estos nos darán pistas sobre los cambios en la pronunciación. Retomando la lista de palabras que dimos al principio, hasta el siglo XV teníamos:
- casa /ˈkaz̺a/ y osso /ˈos̺o/
- hazer /(h)aˈd͡zeɾ/ y fuerça /ˈfu̯eɾt͡sa/
- mujer /muˈʒeɾ/ y dixo /ˈdiʃo/
Como vemos y ya sabemos de antes, cada uno de los seis fonemas sibilantes se escribía efectivamente con una grafía distinta, lo cual es lógico y esperable.
Sin embargo, en cuanto hay un cambio en la pronunciación —concretamente, el ensordecimiento de la sonora y neutralización en la sorda correspondiente—, van a comenzar los errores ortográficos, pues lo que se distingue en la ortografía ya no se diferencia en el habla real.
En efecto, si encontramos grafías como ‹cassa›, ‹hacer› o ‹muxer›, eso nos está indicando que esa persona desde luego las pronuncia como sordas y, por tanto, las escribe acordemente; y los casos opuestos, ‹oso›, ‹fuerza›, ‹dijo›, estarían favorecidos por la hipercorrección: se pronuncian de forma etimológicamente correcta como sordas, pero como se tiene la conciencia de que mucha gente se confunde con esto, al final somos nosotros los que metemos la pata en la ortografía.
Como tantos otros fenómenos en la historia del español, el ensordecimiento de las sibilantes se ha explicado por interferencia del vasco. Sea esto así o no, parece probable que lo más importante fuera la escasez de pares mínimos —como con el yeísmo— basados en la sonoridad.
Retomemos los tres pares mínimos por sonoridad expuestos más arriba:
- /t͡s/ y /d͡z/ distinguían decir ‘descender’ de dezir ‘decir’
- /s̺/ y /z̺/ distinguían osso ‘oso’ de oso ‘yo oso (osar)’
- /ʃ/ y /ʒ/ distinguían fixo ‘fijo’ de fijo ‘hijo’
Como vemos, los actuales «fijo» e «hijo» tienen ya otro rasgo (/f/ y ∅) que los distingue; decir con el significado de ‘descender’ directamente ha desaparecido; y nadie en su sano juicio confundiría un oso con el presente de indicativo del verbo «osar».
La conclusión de todo esto es que cada una de las tres parejas perdió el miembro sonoro, que se convirtió en el correspondiente sordo y por tanto se neutralizó con el originariamente sordo. Por eso actualmente pronunciamos exactamente igual el nombre del plantígrado y la 1.ª persona del verbo.
Origen de la diferencia entre distinción y seseo
Una vez que el ejército de las sibilantes se vio reducido a la mitad, y con las debilidades ya conocidas, era de esperar que la lengua se pusiera el delantal para decidir si hacer limpieza o, al menos, reorganizar el follón.
Al final fueron las dos cosas. De forma simple: distinción en Toledo-Madrid y, por consiguiente, en el centro y norte peninsulares, y seseo en Sevilla-Andalucía y, por tanto, en el resto de los territorios hispanohablantes.
A partir de este momento hemos de ponernos de acuerdo en qué significa y cómo suena más o menos cada uno de los símbolos que vamos a estar utilizando. (No ayuda que, en la bibliografía, cada uno usa los diacríticos de forma algo caótica y sin tablas de equivalencias). Justamente, las diferencias son pequeñas pero importantes.
Para simplificar, estaremos hablando de «castellana» (centro y norte peninsulares) y «andaluza» (demás territorio hispanohablante) sin ningún propósito imperialista, nacionalista o regionalista.
- s̪ representa la s andaluza, menos áspera que la castellana
- s̺ representa la s típica castellana, más áspera que la andaluza (a oídos extranjeros, más próxima a [ʃ] que a [s̪])
- ʃ representa el sonido del inglés show, catalán y portugués caixa…
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Como vemos, podemos hablar de un continuum de aspereza que hacía que los tres sonidos sonaran parecidos. (Haciendo de tripas corazón y con propósitos meramente ilustrativos, vemos que los símbolos del RFE hacen aún más evidente la similitud de estos tres fonemas, respectivamente /ş, s, š/). Ahí residía, precisamente, el quid de la cuestión y la necesidad de reajustar el sistema.
Evolución del sistema distinguidor
Por «distinción» entendemos la actual diferenciación en la pronunciación de z /θ/ y s /s/. Esta distinción tiene su origen en la conservación de la diferencia entre /s̪/ y /s̺/: hazer y fuerça, y casa y osso respectivamente.
Simplemente, una buena forma de hacer dos sonidos más distintos entre sí es separar la distancia entre los puntos de la boca, con todos los cambios subsiguientes que ello pueda conllevar.
La /s̺/ no se movió y continuó como /s̺/ apicoalveolar, pronunciada con la punta —o ápice— de la lengua (apico‑) contra los alveolos (‑alveolar), áspera como sigue siendo actualmente en «casa» y «oso».
Le tocó a /s̪/ irse casi fuera de la boca, llegando a convertirse en la interdental /θ/, asomando algo la lengua entre (inter‑) los dientes (‑dental), y desde entonces así ocurre con «hacer» y «fuerza». Nótese que este nuevo sonido ya ni siquiera es sibilante, lo que también aumentaba el contraste con /s̺/.
Y sí, todavía nos queda el otro fonema, pero de eso hablaremos más adelante, pues la evolución es común en el sistema distinguidor y en el seseante.
Evolución del sistema seseante
Por raro que pueda parecer al tratarse de una simplificación, más interesante es lo que pasó con el sistema seseante, el que no distingue en la pronunciación z de s.
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Hemos de remontarnos a antes del ensordecimiento de las sonoras, cuando aún teníamos las tres parejas de sibilantes (3 × 2 = 6). Desde este punto, hay algunas diferencias con lo que hemos estado explicando hasta ahora.
La pronunciación castellana neutralizó el contraste de sonoridad y entonces separó /s̺/ de /s̪/. En cambio, la pronunciación andaluza primero neutralizó /s̺/ y /s̪/ por un lado y /z̺/ y /z̪/ por otro:
- /s̺/ y /s̪/ se fundieron en /s̪/
- /z̺/ y /z̪/ se fundieron en /z̪/
Por tanto, nos encontramos con una pareja que aún opone sonoridad (1 × 2 = 2), a la que hay que sumar la pareja de /ʃ/ y /ʒ/ (2 × 2 = 4).
Ahora sí, tiene lugar la neutralización de sonoridad, igual que hemos explicado más arriba, aunque los resultados son, lógicamente, solo dos:
- /s̪/ procedente de /s̺/ y /s̪/ en primer lugar, y luego también de /z̺/ y /z̪/
- /ʃ/ procedente de /ʃ/ y /ʒ/, exactamente igual que en la variante castellana
Si podemos dejar de lado los posibles prejuicios mesetarios —dicho por un sevillano distinguidor—, probablemente lleguemos a pensar que el sistema andaluz tiene más sentido que el castellano, pues simplemente funde dos (cuatro) sonidos muy parecidos.
De hecho, vemos que /θ/ no es un sonido originario, sino más bien bastardo —nada que ver, por otra parte, con el ceceo de ningún rey—, aunque interesantemente incluye al español en el 4 % de las lenguas que tienen este fonema, junto al griego y al inglés.
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Origen del ceceo
No podemos hablar de seseo sin hablar de ceceo. Realmente es una variante del seseo, pues tienen en común que no se distingue z de s.
Contrariamente a lo que se suele pensar, el ceceo no consiste en pronunciarlo todo como [θ] (interdental, como ya hemos dicho), sino como [s̟] (u otro diacrítico, según la bibliografía).
Como vemos por el símbolo, ha de pensarse más en el sonido ceceante como una s que como una z. El diacrítico, sea cual sea, marca que la lengua no llega a asomar por entre los dientes, pero sí que se queda a las puertas, por lo que a oídos desentrenados, efectivamente, suena más a z que a s.
Estigmatizado como está, el ceceo puede resultar hoy, según el contexto, en ceseo o seceo: intentar distinguir mezclando /θ/ y /s/, atinando unas veces y fallando miserablemente otras. También este fenómeno puede ocurrir entre hablantes seseantes, aunque, por no estar el seseo estigmatizado, no es tan frecuente.
¿Y por qué el ceceo, pero no el seseo, lleva estando estigmatizado desde antiguo? En el mapa —que sí, ya lo sé: como cualquier mapa, es una simplificación, con mayor o menor exactitud, de la realidad— tenemos la pista: siendo la ciudad de Sevilla seseante y los villanos alrededores ceceantes, parece cuestión simple y llanamente clasista.
Velarización de /ʃ/, o por qué escribimos ‹México› si pronunciamos Méjico
Algo que parece preocupar obsesivamente a mucha gente —me temo que a menudo por cuestiones más políticas, históricas, extralingüísticas en general, que lingüísticas— es precisamente esta cuestión.
A estas alturas del artículo podemos suponer que ‹México› era la escritura de la pronunciación original [ˈmeʃiko], que se mantuvo por cuestiones principalmente extralingüísticas en la ortografía incluso cuando la pronunciación ya había cambiado a [ˈmexiko] y habría de haberse pasado a escribir ‹Méjico›, como de hecho se hizo durante un tiempo.
Volviendo a la fonología histórica, lo que nos interesa es la evolución de /ʃ/ a /x/. Ya se había solucionado el problema con los otros fonemas —eliminando o reforzando la diferencia—, pero aún quedaba otro que también era bastante similar y corría el riesgo de confundirse, sobre todo en el sistema castellano.
Si se había mandado exitosamente /s̪/ al frente de la boca, la solución era la misma pero a la inversa: enviar /ʃ/ al final de la boca, prácticamente a la garganta (velar), y por eso actualmente la j suena como suena.
Además, esta evolución se vio favorecida por la reciente desaparición de la aspiración (de la relajación de f‑ > /h/ > ∅) en buena parte de España. En efecto, el hueco que había dejado la desaparecida /h/ lo tomó la nueva /x/. Sin embargo, esto es cuestión para otro artículo.
Notas sobre la velarización de /ʃ/
En este punto podemos pensar que hay muchas lenguas —y no pequeñas precisamente: el inglés, el italiano o el francés, por ejemplo— que distinguen sin problema un fonema /s/ de un fonema /ʃ/.
Sin embargo, hemos de recordar que la s castellana (/s̺/) es áspera y perceptivamente más similar a /ʃ/ que a /s̪/, por lo que efectivamente esos dos sonidos estaban excesivamente cerca en la variedad castellana.
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También podemos sacar a colación el hecho de que otra lengua que tampoco tiene /ʃ/, el griego moderno, también tiene una /s/ más áspera. No sé si hay causalidad —lo cual creo que podría tener sentido— o simple correlación.
Por otro lado, no se suele mencionar el probable paso intermedio por [ç], el sonido del alemán ich, que no es el mismo que el de Fisch y que, dependiendo algo de lo sugestionados que estemos por la ortografía, podemos percibir más como /ʃ/ o como /x/.
Cronología de las fases del reajuste
Naturalmente, el reajuste de las sibilantes no es algo que se hiciera premeditadamente, de forma consciente ni estructurada, con una tabla de fonemas ni un dibujo de la cavidad bucal. Por tanto, no fue un fenómeno que tuviera lugar sistemáticamente, en bloque, sino que ocurrió en diversas fases.
Ni siquiera las fases fueron tan ordenadas ni sistemáticas como las vamos a exponer. Por ejemplo, parece que la /z̺/ ya estaba ensordeciéndose en la segunda mitad del siglo XIV, y que en el siglo XVI aún había diferencias de sonoridad incluso entre Castilla la Vieja y Toledo.
Aunque ya las hemos dejado entrever a lo largo del artículo, las ordenaremos y justificaremos ahora según la cronología relativa (con intentos de absoluta).
1. Desafricación de las africadas
- /t͡s/ > /s̪/
- /d͡z/ > /z̪/
General ya a finales del siglo XV. Sigue habiendo 6 fonemas: /s̪/ y /z̪/, /s̺/ y /z̺/, y /ʃ/ y /ʒ/.
2. Neutralización de las alveolares
- /s̺, s̪/ > /s̪/
- /z̺, z̪/ > /z̪/
Solo en el sistema andaluz, ya a finales del siglo XV, pero lógicamente con posterioridad a la desafricación de las africadas (porque /s̪/ < /t͡s/ y /z̪/ < /d͡z/).
Las alveolares se neutralizan sordas y sonoras cada una por su lado. El sistema andaluz queda ya reducido a 4 fonemas: /s̪/ y /z̪/, y /ʃ/ y /ʒ/.
3. Ensordecimiento de las sonoras
- /z̪/ > /s̪/
- /z̺/ > /s̺/
- /ʒ/ > /ʃ/
General a partir de mediados del siglo XVI, pues hasta entonces no hay errores ortográficos por sonoridad y el judeoespañol conserva sibilantes sonoras.
Los dos sistemas se reducen a la mitad:
- el castellano pasa a 3 fonemas: /s̪/, /s̺/ y /ʃ/
- el andaluz, a 2: /s̪/ y /ʃ/
Nótese que estos 2-3 fonemas pueden ser los originariamente sonoros ensordecidos (lo que acabamos de ver) o los que eran sordos desde el principio.
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4. Adelantamiento de /s̪/ a /θ/
- /s̪/ > /θ/
Solo en el sistema castellano, pues coexistían la /s̪/ (normal) y la /s̺/ (castellana), sonidos muy parecidos. La /s̺/ castellana permanece tal cual y la /s̪/ se convierte en /θ/ (ya no sibilante). ¿Podríamos decir que el sistema distinguidor es, desde algún punto de vista, zezeante?
En el sistema andaluz no había necesidad de distinguir /s̪/ (pues /s̺/ ya había desaparecido), por lo que queda tal cual.
Solo hay un cambio, y solo en el sistema castellano. El número de fonemas sigue (y ya seguirá) siendo el mismo:
- el castellano tiene 3 fonemas: /θ/, /s̺/ y /ʃ/
- el andaluz, 2: /s̪/ y /ʃ/
¿En este punto quizá ya podríamos escribir simplemente /s/ para englobar la [s̺] castellana y la [s̪] andaluza? Por no liarnos con detalles, continuaremos la cronología como hasta ahora.
5. Velarización de /ʃ/
- /ʃ/ > /x/
En ambos sistemas se velariza /ʃ/, de forma general ya a finales del siglo XVI o principios del XVII. Se convierte en /x/, por lo que ya no es sibilante.
Los diversos testimonios podrían dar a entender que la velarización fue más rápida en unas zonas que otras. Por ejemplo, hacia 1560 se compara con la ch francesa (lo cual indicaría aún /ʃ/), mientras que otros por esa misma fecha afirman que se pronuncia cerca de la garganta.
- el castellano tiene 3 fonemas: /θ/, /s̺/ y /x/ (alófonos [x, χ])
- el andaluz, 2: /s̪/ y /x/ (alófonos [x, h])
Como vemos, el resultado es que en ambos sistemas ya solo persiste una sibilante, la s, sea [s̺] en el sistema castellano o [s̪] en el sistema andaluz, o sea, /s/ sin diacrítico para simplificar. Los alófonos de /x/ y la historia de la aspiración habrá que tratarlos en otro artículo.
Desajustes del reajuste
En toda gran obra quedan flecos sueltos, palabras que escapan a la regla general y se consolidan yendo en contra de la etimología. Las causas son diversas y no tiene tanto interés ir una a una como simplemente señalar un par de casos curiosos.
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El sustantivo «cosecha» debería ser «cogecha» por su etimología, ya que efectivamente lo que se cosecha es lo que se coge. Esta confusión parece tan temprana como al menos el año 1315 y en el siglo XVI «cosecha» ya habrá desterrado por completo a la etimológica «cogecha».
En mi opinión, el más interesante es el resultado de la combinación de pronombres de objeto indirecto y directo. Como sabe cualquiera, en español son incorrectas las secuencias «le(s)» + «lo», «la», etc., que han de sustituirse por «se lo», «se la», etc.
Quien haya leído textos de español anterior al siglo XVI sin modernizar demasiado sin duda habrá visto cosas como gelo dixo [ʒeloˈdiʃo] por «se lo dijo». Realmente ese era el resultado esperado de la secuencia (il)li illud y el que, en sus propios términos, permanece en el italiano glielo disse. El cambio en español se explicaría por confusión de sibilantes, por analogía con otras combinaciones de «se lo» donde «se» era originario (p. ej. reflexivo), o probablemente por ambas causas.
Otras palabras con resultados antietimológicos son «tijeras» (< tonsoria), «jabón» (cf. soap), «injerto» e «injerencia» (relacionados con «insertar»), etc.
La característica s castellana
Hemos visto que el reajuste de las sibilantes se saldó con pronunciaciones distintas de la s en español: la [s̺] castellana y la [s̪] andaluza. (Recordemos que usamos estas palabras y otras relacionadas de forma amplia por no marear mucho la perdiz).
La mayoría de los españoles ni siquiera será consciente de que efectivamente su s es distinta a la de sus compatriotas del norte o del sur: los castellanos, porque la [s̺] ya es suya y la [s̪] la oyen de la inmigración andaluza y del inglés y casi cualquier otro idioma al que puedan estar expuestos; los andaluces, porque, aunque la [s̺] no es nativa para ellos, también se han acostumbrado a ella por la exposición a los medios de comunicación. Una suerte de sordera fonológica.
Sin embargo, a nadie más le pasa desapercibida esta áspera s castellana: ni a los no hispanohablantes ni, aun tan siquiera, a los hispanohablantes del otro lado del charco, que, para imitar a los españoles, recurren a un uso exagerado —sobre todo— de la z y —en menor medida— de la áspera s castellana.
Últimas palabras y conclusión
Como hemos visto, el reajuste de las sibilantes fue un importante proceso por el que el inventario fonémico del español se redujo en, al menos, tres fonemas, cuatro en el caso del sistema andaluz; cuatro y cinco respectivamente si contáramos también el hipotético /dʒ/.
Por si fuera poco, de los seis fonemas que nos ocupan (recordemos: /t͡s/ y /d͡z/, /s̺/ y /z̺/, y /ʃ/ y /ʒ/), solo uno, /s/, ha permanecido como sibilante. Los otros resultados son /θ/ y /x/.
Con el reajuste de las sibilantes se pone fin a los grandes cambios fonológicos de la historia del español, o, lo que es lo mismo, la pronunciación del español es prácticamente la misma en el siglo XVII y en el XXI: podríamos viajar a aquel tiempo e infiltrarnos en su sociedad sin ser descubiertos por nuestro acento en el sentido más vago de la palabra (cuestión aparte sería, claro, cuidar nuestras palabras, ¡pardiez!, así como otros aspectos de nuestra habla).
El reajuste de las sibilantes ha sido, pues, un revolucionario cambio en la fonología del español. De él se derivan la distinción de z y s —que, como hemos visto, dista de lo que podríamos haber considerado normal o esperable—, el seseo —que llegó a tiempo para extenderse a las Islas Canarias y a América— y el sonido de la jota —tampoco esperable, pero que aprovechó para ocupar el espacio que dejó la hache de jambre (< famine) y jierro (< ferru)—, del que hablamos aquí.
Todo lo visto, y mucho más, lo explico en el siguiente vídeo, ya de nivel universitario:
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