El vasco es, esencialmente, la única lengua prerromana paleohispánica que sobrevivió la romanización y latinización de la península ibérica. De hecho, todavía hoy se habla vasco.
Sin embargo, aunque nacieron de familias muy diferentes y distantes, el vasco y el latín —y luego el castellano y otros romances— tuvieron gran importancia e influencia el uno en el otro (y el otro en el uno).
En esta relación, siempre fue la indoeuropea la lengua dominante, lo cual no fue óbice para que el vasco ejerciera su influencia en algunos rasgos del castellano, principalmente —al menos hasta donde podemos saber— en su fonología y en su vocabulario.
Hemos de tener cautela con un artículo de esta temática. Por un lado, porque el vasco antiguo nos es poco conocido (de hecho, hasta el siglo XVI no podemos hablar propiamente de una lengua con acceso a la escrituralidad); por otro lado, y relacionado con lo anterior, porque prácticamente todas las posibles influencias que el vasco haya podido ejercer sobre el latín-castellano tienen sus argumentos y contraargumentos.
Contenidos del artículo
El porqué de esta conexión
Ya hemos hablado de esto en artículos anteriores, así que hagamos un brevísimo resumen-repaso: ¿por qué el vasco y el castellano tienen esta conexión tan fuerte entre sí, cuando lingüísticamente son tan distantes y distintos?
El dialecto romance que acabará siendo el español actual era el romance castellano de la zona de Burgos, en contacto con zonas de habla vascuence. En caso de contacto geográfico, lo raro sería que no hubiera contacto lingüístico y, con este, influencia de unas lenguas sobre otras.

Realmente, con esto nos basta para este artículo. Si quieres saber más sobre el tema, puedes leer sobre las lenguas peninsulares prerromanas y sobre la historia del español más antiguo.
Influencias fonético-fonológicas
Como habíamos dicho, ninguna de estas puede asegurarse sin dejar lugar a la duda, a menudo de forma muy razonable. Vayamos exponiendo la información más importante.
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Sistema pentavocálico
Salvo algunas variedades, el español general es una lengua con cinco vocales puras: /i, e, a, o, u/. Esta característica también la compartía el vasco antiguo y la mayor parte del vasco actual.
Aunque en principio podríamos pensar que esta correlación lleva consigo causalidad, es posible que sea simple casualidad: una casualidad, además, muy esperable, si tenemos en cuenta que el mayor porcentaje de las lenguas del mundo tiene también cinco vocales (p. ej. el griego moderno).
Bien es cierto, por otra parte, que también el aragonés tiene solo cinco vocales, mientras que las demás lenguas peninsulares y romances en general tienen más. Por tanto, esto supondría un contraargumento al contraargumento: justo el castellano y el aragonés, muy en el círculo de influencia del vasco, tienen solo cinco vocales, igual que el vasco.
Relacionado con esto está la supuesta influencia vasca para explicar la diptongación generalizada de /ɛ/ y /ɔ/ en castellano, cuando la mayoría de las lenguas romances distingue entre e y o abiertas y cerradas.
r inicial
En español, la ‹r› en inicial de palabra (p. ej. «rojo») es siempre la vibrante múltiple /r/, mientras que en latín y aún todavía en italiano representa la percusiva /ɾ/.
En vasco, los préstamos latinos que empezaban por r incorporaban una vocal protética, como en rosa → arrosa o rege → errege. ¿Habrá una conexión entre una cosa y la otra?
Sin pensarlo mucho, parece que algo hay: ¿será la r inicial siempre fuerte en castellano a causa del vasco? Pensándolo un poco más, la información recién expuesta parece ser prueba justamente de lo contrario: el vasco no admitía una consonante rótica a principio de palabra, y de ahí la necesidad de añadir una vocal protética para poder pronunciarla.
En todo caso, sí puede considerarse el vasco responsable de alguna vocal protética no etimológica en algunas palabras, como en «arruga» < ruga (aunque también podría deberse a un supuesto prefijo ad o incluso in, en este último caso con un cambio de timbre por influencia de ad).
Independientemente de todo esto, el hecho de que otros romances sin conexión con el vasco (calabrés, siciliano, corso…) tengan este mismo tratamiento de r inicial puede reforzar la idea de que el vasco no tiene nada que ver con esto; claro, que también puede ser simple casualidad.
Betacismo
En realidad, deberíamos hablar simplemente de ausencia de /v/ o incluso, simplemente, de confluencia de b y v, ya que el betacismo es un fenómeno del latín vulgar y, por tanto, panromance.
Ya sabemos que en español las letras ‹b› y ‹v› se pronuncian igual, mientras que la mayoría de las lenguas romances distinguen /b/ y /v/. Examinando la fonología del vasco, vemos que esta lengua, igual que el castellano, carece de /v/: ¿causalidad o casualidad?
(Antes de proseguir, aclaremos que también otras lenguas del norte peninsular tienen este rasgo: aragonés, asturiano, gallego, parte del portugués peninsular, dialectos del catalán…).
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En un principio, caben dos hipótesis generales:
- Estas lenguas romances se vieron influidas por un sustrato paleohispánico norteño (fuere el que fuere) que les confirió ese rasgo a todas.
- El vasco influyó al castellano, que, por su eventual prevalencia sobre los demás romances peninsulares, los influyó a su vez.
Un poco de todo esto es probable que haya de haber. Sin embargo, recordemos que, aunque actualmente ‹b› y ‹v› se pronuncian igual, en español alfonsí aún eran fonemas diferentes, no /b/ y /v/, sino /b/ y /β/ (lo cual se corresponde con la conservación más fiel al betacismo latinovulgar).
Es cierto que la mayoría de las lenguas romances no oponen /b/ y /β/, sino /b/ y /v/. Por tanto, ¿la ausencia de /v/ en castellano se debe a la influencia vasca? Quizá sí, quizá no.
Si, como dice Ariza, la /v/ de lenguas como el italiano y el francés es tardía (ya que llega a afectar a p como en riparia > riviera, rivière, sapere > savoir, pero sapere), la carencia de /v/ del castellano no tendría por qué ser causada por el vasco, sino que esa fuera la evolución romance normal y que la desviación de la norma fuera desarrollar una /v/, cosa que hicieron otros romances en época más o menos tardía.
En este vídeo (especialmente a partir de 11:39) hablo de la probabilidad de que /v/ de las lenguas romances sea bastante tardía:
Aspiración de f latina
Como ya sabemos, la f latina, especialmente en posición inicial de palabra, se aspira y posteriormente desaparece (p. ej. farina [faˈɾina] > [haˈɾina] > [aˈɾina] «harina»).
El vasco antiguo carecía de /f/ (el vasco actual, todavía hoy, apenas la usa). Así, en los pocos testimonios vascos antiguos de que disponemos, podemos ver que palabras latinas con f evitaban en vasco este sonido: el latín festa lo encontramos como besta o pesta.
Es decir: el vasco no disponía de /f/ (labiodental) y, por tanto, la sustituía por consonantes parecidas que sí tenía: /p/ o /b/ (bilabiales). Este rechazo tan antiguo de /f/ haría que, en algún momento, pasara a pronunciarse de forma parecida, pero no igual, es decir, como [h] (lo cual tiene aún más sentido si la f hispánica era más bien [ɸ]).
También existe aspiración en otras lenguas cercanas a la zona vasca: gascón, asturiano… ¡pero no en aragonés, que conserva la /f/ latina (aunque esto puede ser un simple rasgo conservador aragonés)!
Por otra parte, esta misma evolución se encuentra en otras lenguas romances sin contacto con el vasco, como el sardo y el calabrés e incluso variedades rumanas, lo que podría indicar que algo había ya en el latín vulgar, sin tener que recurrir a la influencia vasca para explicarlo. (Sin embargo, para estos dialetti la evolución se supone bastante tardía, por lo que podría ser simple casualidad).
Con todo lo dicho, la aspiración de f (inicial) latina, y su posterior elisión, parece ser el rasgo fonético-fonológico de influencia vasca más probable de todos.
Reajuste de las sibilantes
Tradicionalmente se ha querido explicar, al menos en parte, el reajuste de las sibilantes por influencia vasca, pues los resultados en castellano son similares a lo que tenemos en vasco.
Este reajuste fue tan tardío que ya de por sí cuesta trabajo atribuirlo a la influencia del vasco.
Por otra parte, y relacionada con las sibilantes, está la cuestión del timbre de la /s/ norteña. Al contrario que en la mayoría de las lenguas, incluida la mayor parte de las variedades del español, la /s/ del español norteño es apicoalveolar, /s̺/, o sea, con un timbre que a oídos extranjeros está más cercano a la /ʃ/ del inglés show que a la /s/ del inglés sow.
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En vasco existe incluso distinción fonológica entre estas dos eses, la del español norteño /s̺/ ‹s› y la del español atlántico /s̪/ ‹z›. Quizá por eso el español norteño tiene esta ese apicoalveolar, mientras que el resto de las variedades del español tienen una ese predorsodental, igual que muchas otras lenguas como el inglés.
Sin embargo, esta /s/ apicoalveolar norteña también se puede encontrar en el norte de Italia, donde la influencia vasca no puede haber llegado. Es incluso posible que la /s/ apicoalveolar sea un rasgo arcaico del latín más antiguo que llegó al norte peninsular, lo cual sería hasta coherente con el hecho de que sea precisamente una /s/ apicoalveolar intervocálica la que sonorizara y sufriera rotacismo, es decir, que se convirtiera en /ɾ/, que es alveolar.
Otras influencias
No hay mucha información sobre influencias morfosintácticas, más allá de algunos usos de pronombres clíticos, incluyendo cuestiones de leísmo.
Sí hay más rastros de la influencia vasca en el vocabulario. No es difícil encontrar listas por internet, entre las que se incluyen casos como «izquierda», de ezker, que sustituyó al latín sinistra. Por lo general, estos listados de vocabulario de origen o influencia vasca no tienen mayor enjundia, así que no me alargo.
Sin embargo, nos detendremos un poco en la toponimia y antroponimia. Dentro de los nombres de lugar, sobresale el grupo de los que comienzan por Cha‑, como Chamartín, Chaherrero, Chagarcía, Chavela e incluso Muñochas. Esta especie de prefijo procede de echa, actual aita ‘padre’, usado de forma honorífica.
Con esta misma raíz encontramos el miecha ‘mi padre’ don Ordonio que aparece en el Cid, aunque nos sonará más este otro tratamiento, el de minaya ‘mi hermano’ Álvar Fáñez.
Tras esta transición saltamos propiamente a la onomástica antropológica, o sea, los nombres y apellidos de las personas. Más allá de los clara y evidentemente vascos como Echeverría o Mendizábal, uno de los apellidos más típicamente hispanos, García, podría ser de origen vasco, concretamente de gaztea ‘el joven’ o de hartz ‘oso’.
Para el último lugar dejo el origen del nombre del que firma, Javier, antropónimo procedente de un topónimo, originariamente Etxeberri ‘casa nueva’: san Francisco Javier, originariamente Francisco de Jaso, era originario de Javier, en Navarra, por lo que terminó adoptando el nombre de Francisco (de) Javier.
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Últimas palabras y conclusión
Por alguna razón, la influencia del vasco en el español es un tema que suele despertar bastante interés. Sin embargo, para bien o para mal, lo único que puede incluirse sin lugar a dudas son las famosas listas de vocabulario que aquí no hemos sino, simplemente, enlazado.
Lo más interesante en mi opinión, lo fonético y lo morfosintáctico, es mucho más dudoso. De esto último, de hecho, apenas hay información; de lo fonético hay más, pero prácticamente todo tiene contraargumentos, argumentos, argumentos al contraargumento, contraargumentos al contraargumento, etc.
Yo he intentado exponerlo de forma más o menos imparcial según los datos que ofrece la bibliografía y mis conocimientos de fonética y gramática histórica.
Como he dicho en alguna ocasión a lo largo del artículo: algo parece que hay, pero poco que pueda saberse a ciencia cierta, pues disponemos de muy poca información del vasco más antiguo, el que parece más probable que influyera sobre los romances.
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