Pregunta que se hace mucha gente: si decimos «pez», ¿por qué es «pescado» y «pescador» y no *«pezcado» y *«pezcador»? La respuesta es fácil si la planteamos desde la gramática histórica.
Sin embargo, antes de empezar, cabe aclarar que las grafías representan la evolución histórica de la pronunciación, aún diferenciada en la España distinguidora, y es eso lo que hemos de tener presente. No es esta cuestión de seseo.
Palatalización o no palatalización
A esto se reduce la cuestión: a si hay palatalización o no de los étimos latinos:
- pisce [ˈpiske] > [peθ] «pez»
- piscātu [pisˈkatu] > [pesˈkaðo] «pescado»
- piscatōre [piskaˈtoɾe]> [peskaˈðoɾ] «pescador»
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Vemos que en todos los casos tenemos la secuencia ‑sc‑, pero que esta misma secuencia evoluciona de forma diferente según el contexto fónico.
Por simple casualidad, el acento cambia en cada una de las tres palabras, pero eso es totalmente irrelevante para la distinta evolución.
Vamos a lo que sí es relevante.
En todos los casos se trata de evolución absolutamente regular. Empezando por las palabras que conservan la /k/ latina tal cual, vemos que a la consonante velar le sigue /a/, que es una vocal que en español —al contrario que en francés y algún otro romance— no palataliza:
- piscātu > «pescado»
- piscatōre > «pescador»
Vayamos ahora a la otra palabra, que es la que cambia la pronunciación de la c /k/ latina. Vemos que el étimo pisce tiene una secuencia de consonante velar más vocal palatal (concretamente /e/), y en esta secuencia la /e/ palataliza la /k/:
- pisce [ˈpiske] > [ˈpeskʲe] > [ˈpestse] > [ˈpetse] > [pets] > [pes̪] > [peθ] «pez»
Por tanto, vemos que la diferencia entre «pez», «pescado» y «pescador» está explicada simple y llanamente por la evolución regular y esperable de cada una de esas palabras.