Hoy vamos a hablar de un proceso morfofonológico. Se trata del reanálisis, del que existen varios tipos, por lo que a mí me gusta llamarlo —por su mayor perspicuidad— falso corte (morfológico o etimológico). El falso corte puede deberse, principalmente, a dos razones, que pueden y suelen mezclarse: la fonética sintáctica (o sandhi) y considerar como morfema o lexema algo que en origen no lo es.
Contenidos del artículo
Fonética sintáctica (o sandhi)
Es este un fenómeno por el cual, en la cadena hablada, los sonidos se asimilan unos a otros. Por ejemplo, en español tenemos «imposible», compuesto por el prefijo privativo in‑ y el adjetivo «posible»; aunque el prefijo original es con n, lo escribimos —y, principalmente, lo pronunciamos— con m porque, como nos enseñaron en la escuela, antes de p o b va siempre m.
El sandhi también puede darse entre palabras distintas: si pronunciamos de forma natural «un balón», no pronunciaremos [unbaˈlon], sino [umbaˈlon], y la explicación es esto que estamos viendo; en este caso, aunque pronunciemos con /m/, se escribe con n porque son palabras independientes.
Reanálisis: se considera morfema algo que no lo es
Los hablantes cometen el error de segmentar una palabra en varios morfemas (aquí también puede llegar a influir la etimología popular, como en el caso de «duelo» → enfrentamiento entre dos personas), ya que en su mente una palabra es un compuesto de dos (o más).
Veamos el ejemplo clásico de reanálisis o falso corte…
Por ejemplo, el inglés —lengua flexible donde las haya— introdujo hamburger para referirse a la carne al estilo de Hamburgo; posteriormente, se interpretó que la palabra estaba compuesta por burger ‘lo-que-sea que tenga que ver con estos bocadillos de carne’ y ham ‘jamón’ (aun cuando rara vez incluyen jamón), por lo que la raíz base pasó a ser burger (palabra usada hoy en día para referirse a las hamburguesas en general, como demuestra cierta cadena bien establecida en España y buena parte del mundo) y ham simplemente concretaba —supuestamente— qué incluía; entonces, si la hamburguesa incluía queso, claramente había de ser una cheeseburger.
Habrá eruditos que consideren que el reanálisis y el falso corte son cosas distintas, pero, para nuestro modesto propósito, vale con hablar indistintamente de uno o de otro en relación con todo lo que vamos a ver. En cualquier caso, los falsos cortes pueden ser inconscientes o intencionados, como veremos.
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*«amoto», *«afoto», *«arradio»
¡Que no se ría nadie!, que esto se escucha de verdad en las calles. Estos hablantes se encuentran ante un dilema que resuelven de esta forma tan poco elegante: en español, las palabras acabadas en ‑o suelen ser masculinas, por lo que «una moto» [ˈunaˈmoto], «una foto» [ˈunaˈfoto] y «una radio» [ˈunaˈraði̯o] son también, de alguna forma, masculinas, es decir, *«un amoto» [ˈunaˈmoto], *«un afoto» [ˈunaˈfoto] y *«un arradio» [ˈunaˈraði̯o].
Si estas palabras acaban en -o, lo lógico es ponerles un artículo masculino «un», y esa a que hay de por medio debe de ser, según estos hablantes, el principio del sustantivo. Finalmente, por analogía, estas formas incorrectas conservan la a- en sus respectivos plurales, los cuales, paradójicamente, sí suelen ser femeninos: *«las amotos», *«las afotos», *«las arradios», aunque también los he oído como masculinos (*«los amotos», etc.).
*«andalias»
De forma similar, tenemos «las sandalias» [las(s)anˈdali̯as], que se reanalizan como *«las andalias» [lasanˈdali̯as]. Aquí, además, influye muy graciosamente cierta etimología popular, ya que las sandalias, como sirven para andar, deben de ser, efectivamente, *«andalias».
«atril»
Pero de todo hay en la viña del señor y, de la misma forma que la —en un principio— incorrecta «murciélago» se impuso sobre la etimológica «murciégalo» hasta hacerse la forma preferida y preferible, el atril es fruto del mismo fenómeno que tanta gracia nos ha hecho en los dos apartados anteriores, con mejor fortuna.
Lo explicó Alberto Bustos en su artículo y lo resumo yo aquí: de un supuesto latín lectorile, tras largo periplo, acabó la cosa en *«latril»; al combinarse con el artículo, «el latril» [el(l)aˈtɾil] se reanalizó como «el atril» [elaˈtɾil], y así quedó para la posteridad.
«bikini», «monokini», «trikini», «burkini»
Parece que a mediados del siglo XX se introdujo el bikini (o biquini, que también así se escribe), la prenda de baño femenina consistente en dos partes independientes. Aunque el nombre de «bikini» procede del nombre propio del Atolón Bikini, rápidamente se hizo un falso corte morfológico según el cual «kini» era el lexema base (‘prenda de baño’) y bi‑ indicaba que estaba compuesto de dos partes (como en «bimembre» o «bimensual»): ‘prenda de baño de dos partes’, pues.
A partir de ahí, bastaba con dejar volar la imaginación: el monokini era la prenda de baño de una sola pieza; el trikini, la de tres (aunque al parecer actualmente son sinónimos). Y también acabó apareciendo el burkini, el traje de baño con reminiscencias del burka.
«dictadura», «dictablanda»
También David Prieto habla copiosamente de otros falsos cortes del español:
- «precuela», derivado de «secuela»: si la secuela sigue (del latín sequor) a algo, la precuela lo precede;
- «tripitir», derivado de «repetir»: decir por tercera vez;
- «siticia», derivado de «noticia»: la noticia que no trata de algo negativo —como es desgraciadamente frecuente—, sino de algo positivo. A mí personalmente me parece bastante ingenioso y muy buen ejemplo de falso corte intencionado.
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Futuro de algunas de estas palabras
Por último, queda preguntarse qué pasará con estas palabras originadas de reanálisis y falsos cortes. Está —casi— claro que *«amoto», *«andalias», etc., permanecerán por los siglos de los siglos como usos vulgares e incorrectos, mientras que las demás palabras es posible que lleguen a introducirse en el diccionario, lo cual dependerá, en mayor o menor medida, de si su empleo se hace frecuente entre los hablantes.
El hecho de que «precuela», «tripitir», etc., no se hayan creado de forma etimológicamente estándar no es óbice para que lleguen a considerarse palabras totalmente normales y tengan, por tanto, su entrada en el diccionario. Los hablantes —y la RAE— dirán.
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