Me escriben desde Enchufa2 con una serie de preguntas que creo que van a resultar interesantes, pues me llevan a hablar de la productividad lingüística. Como algunos sabrán, la RAE ha incluido el verbo «tuitear»; parece ser que hay quien defiende que el verbo debería ser «tuitir», aunque no me quedan claros los criterios para ello más allá de reivindicar la 3.ª conjugación. A raíz de esto, hay varias preguntas más:
¿Existen reglas sobre cuándo un verbo está en qué conjugación? He visto que hay ciertas terminaciones especializadas para la creación de nuevos verbos. ¿Cuál es su origen? ¿Por qué la 3.ª conjugación no aparece entre ellas? ¿Por qué nos suena tan mal dicha conjugación en verbos nuevos? En definitiva, y aparte del «me suena mal», ¿habría alguna justificación para descartar «tuitir» en favor de «tuitear»?
Para explicarlo con cierta exactitud, tendremos que desarrollar previamente varios puntos.
Contenidos del artículo
La productividad lingüística
En filología y lingüística en general entendemos por «productividad» que un modelo, paradigma, proceso, cambio, morfema, etc. (en adelante lo llamaremos a todo simplemente «estructura»), es —valga la redundancia— productivo, es decir, que es capaz de producir nuevas formas o palabras.
Durante la vida de una lengua, las estructuras productivas pueden dejar de serlo con o sin razón aparente, o reducir drásticamente su productividad. Veamos algunos ejemplos.
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Veni, vidi, vici!
En latín (y otras lenguas indoeuropeas) había un método de formar los tiempos de presente que consistía en insertar un infijo n en la raíz, de modo que una raíz como *weik‑ ‘luchar, vencer’ (cf. victoria, sin n) insertaba una n para dar con el presente vincit [ˈwiŋkit] ‘(él) vence’, mientras que el pretérito perfecto, que lógicamente no era un tiempo de presente, se quedaba sin la n, de donde la famosa veni, vidi, vici (que no *vinci, como suele escribirse, incorrectamente).
Este procedimiento, que era algo complicado, perdió productividad, hasta el punto de que se consideró tan anómalo que el español regularizó el infijo a todos los tiempos: «vence», «vencí», etc.
La muerte del participio de presente
Otro ejemplo lo tenemos en el participio de presente, que en latín era bastante productivo (igual que lo es en el inglés actual). En español dejó de serlo, ya que se podía conseguir lo mismo con una oración de relativo y el español es una lengua que prefiere lo analítico a lo sintético, como hemos comentado alguna vez.
Esto significa que en español no podemos crear un participio de presente de cualquier verbo («comer» → ¿«comiente»?; pero sin problema «que come»), aunque sí podemos emplear los pocos participios de presente que han conseguido sobrevivir hasta nuestros días:
- «durmiente» = «que duerme»
- «en lo tocante a» = «en lo que toca a»
- «consistente en» = «que consiste en»
- «durante» ≈ «mientras dura»
Como se ve, suelen ser formas especiales, pertenecientes a colocaciones o muy restringidas, como «durmiente», que solo se emplea en «bella durmiente» y similares.
Muerte y resurrección de prefijos
Actualmente tenemos muchas palabras que empiezan por el prefijo in‑ (y sucedáneos, llamados «alomorfos») que implica negación o privación, como en «imposible» = «no posible», «irrealizable» = «no realizable», etc.
Sin embargo, este prefijo ha perdido bastante productividad en el español actual y si creáramos una palabra ahora mismo, aunque fuera morfológicamente irreprochable, causaríamos más de un levantamiento de ceja: «disponible» → ¿«indisponible»? (más natural «no disponible»; pero sin problema «indispuesto»); «respetar» → ¿«irrespetar»? (más natural «faltar al respeto»; pero sin problema «irrespetuoso»).
Tenemos aquí algo curioso: este prefijo ha perdido bastante productividad, pero la está recuperando por influencia de estructuras similares en inglés: available → unavailable; respect → disrespect.
La productividad de las conjugaciones españolas
Dice la Nueva gramática de la lengua española lo siguiente:
el 90 % de los verbos españoles pertenecen a la primera conjugación. Este es el paradigma que presenta una mayor proporción de verbos regulares, y el único modelo productivo, pues a él se ajustan casi todos los verbos que se crean mediante procesos de derivación (con los sufijos ‑ar, ‑ear, ‑izar, ‑ificar).
Es decir, actualmente cualquier verbo de nuevo cuño se conjugará sobre la 1.ª conjugación, que es la única productiva, o sea, que acepta nuevos verbos. Las demás conjugaciones siguen existiendo con los verbos que siempre han estado ahí, pero ningún verbo puede introducirse en ellas.
Por teorizar un poco: si fulminantemente dejaran de usarse todos los verbos de las otras conjugaciones (porque se hubieran sustituido por sinónimos de la 1.ª conjugación, por ejemplo), tendríamos que el español habría pasado a tener una sola conjugación. En fin, esto es lo que causa que cualquier intento de crear un nuevo verbo en la segunda o tercera conjugación resulte chocante o que, como se dice, nos suene mal: esos modelos han dejado de ser productivos.
¿Por qué la 1.ª conjugación? Lógicamente, una lengua siempre va a intentar ser simple para sus hablantes. Con diferencia, la 1.ª conjugación es la más regular, por lo que no sería lógico crear verbos en conjugaciones con más irregularidades y, por tanto, con más dificultades; esto es lo que ha llevado a que la 1.ª conjugación siga siendo productiva y las demás no, tendencia que ya estaba en el propio latín y que ha terminado de consumarse en español.
Últimos apuntes sobre morfología verbal
Tendríamos que meternos a impartir una clase de lingüística indoeuropea o de morfología latina para saciar por completo la curiosidad de nuestro lector Iñaki. Por tanto, intentaremos satisfacerla lo máximo posible con unos pocos apuntes muy generales y simples.
En latín existían cuatro conjugaciones (cinco, escolarmente) que llegaron a regularizarse bastante. Cada conjugación provenía, por lo general, de la adición de un determinado sufijo a una raíz, de modo que si ese sufijo incorporaba una a, ese verbo era de la 1.ª conjugación; una e, de la 2.ª; etc.
Cada sufijo confería al verbo un matiz especial, como por ejemplo el sufijo ‑sce‑ (que formaba verbos de la 2.ª conjugación), que daba un matiz incoativo: rubere ‘estar rojo’ → rubescere ‘ponerse rojo’. Compárese con los españoles «florecer» ≈ «empezar a tener flores», «envejecer» ≈ «empezar a ser viejo», «anochecer» ≈ «empezar a ser de noche», etc. Realmente, este sufijo es aún algo productivo en español, de modo que puede acuñarse ocasionalmente algún verbo de la 2.ª conjugación, aunque posiblemente no sin cierto levantamiento de ceja.
¿Qué pasó con la conjugación perdida?
Ya hemos dicho que la 1.ª conjugación era bastante intocable en el propio latín, por lo que los verbos de la 1.ª conjugación latina pasaron a la 1.ª conjugación española sin mayores cambios: amare > «amar».
La 4.ª conjugación latina (3.ª española) era del tipo audire > «oír», que, por lo general, también resistió bastante bien.
La 2.ª y 3.ª conjugaciones latinas diferían, en cambio, entre otras pocas cosas, en la cantidad de la vocal temática, de modo que las conjugaciones de timēre [tiˈme:ɾe] y vendĕre [ˈwendeɾe] eran bastante similares. En español se regularizó el acento y siempre se puso sobre la vocal temática, de modo que ya no había diferencia entre una conjugación y otra; en italiano, en cambio, sí que se conserva la distinción: temère ↔ vèndere.
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