Fueron tristes algunos de los hechos históricos que tuvieron lugar en España a finales del siglo XV. También es triste el origen de la inscripción que me ha llevado a escribir esta entrada sobre el judeoespañol: los campos de concentración y exterminio de Auschwitz y Birkenau, que visité recientemente.
Allí encontré esta placa conmemorativa, escrita en… ¿español antiguo?, ¿español macarrónico? Es judeoespañol, ladino o español sefardí (o sefardita), nombres frecuentes del español que hablan, aún hoy —aunque en lamentable retroceso—, los descendientes de los judíos que fueron expulsados por los Reyes Católicos.
No entraré aquí a detallar los matices que distinguen las distintas denominaciones (para eso se puede consultar este artículo del Instituto Cervantes), aunque sí cabe mencionar la curiosa dificultad que encontraron los sefardíes al entrar en contacto, de forma más o menos reciente, con las variedades principales del español actual. Si ellos llaman a su lengua espanyol, ¿cómo han de diferenciarla del español o castellano? Cuestiones terminológicas.
Aunque la bibliografía especializada sobre el judeoespañol es amplia, los artículos ligeritos, de naturaleza más divulgativa —como es el propósito de este que estás leyendo—, no son tan frecuentes. Así pues, valga este texto como una pequeña introducción para el interesado de antemano y para el que sabía hasta ahora poco o nada de la cuestión.
Contenidos del artículo
Sobre el judeoespañol
Como decimos, el judeoespañol es la variedad del español hablada por los descendientes de los judíos expulsados por el Edicto de Granada en 1492. El estatus de variedad del español o de lengua diferente (aunque muy relacionada) puede debatirse, ya que, si bien el fondo común es el español peninsular, desde antes de la expulsión de 1492 la diáspora judía en España estaba conformada por personas procedentes de todas partes de la península, cada uno con un español de su padre y de su madre; además, desde la expulsión, el judeoespañol ha evolucionado de forma totalmente independiente y sin contacto con el resto del español.
Breve historia del judeoespañol
Por supuesto, la evolución del español no ha sido tanta desde finales del siglo XV (y mucho menos si la comparamos con, por ejemplo, la del siglo X al siglo XV), y por eso cualquier hispanohablante nativo debería poder leer sin grandes problemas textos en español de estas fechas.
Lo llamativo e interesante es que podemos igualmente leer, con poca dificultad, textos judeoespañoles, fósiles actuales —si se permite esta suerte de oxímoron— del español de aquella época; hemos de tener en cuenta, en cualquier caso, el cuasiuniversal de que las variedades, dialectos o lenguas que se escinden de su tronco tienden a ser más conservadoras, mientras que las ramas que siguen en el árbol prosiguen con una evolución más acelerada. Esto es más o menos así en el caso del judeoespañol, aunque no exactamente. Más adelante veremos arcaísmos que conserva el judeoespañol, pero también innovaciones.
En este punto hay que aclarar que, cuando hablamos de judeoespañol, no tratamos de una lengua uniforme, igual que no es uniforme el español (como es natural en la segunda lengua con mayor número de hablantes nativos). Aparte de lo ya dicho —que sus hablantes procedían de distintas partes de España, y que por aquel entonces la variación en la península era mucho más grande que ahora—, contribuye a la variación del judeoespañol el hecho de que estos hablantes, expulsados de España, se dispersaron por distintos y distantes territorios —desde Marruecos hasta los Balcanes—, cuyas diversas lenguas nativas influyeron en sus hablas.
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El destino del judeoespañol
La bibliografía es catastrofista: el judeoespañol está al borde de la extinción. En el norte de África y muchos territorios del antiguo Imperio otomano, esta lengua no es más que una reliquia relegada al ámbito de las fiestas tradicionales, pero desaparecida del día a día, donde ha sido desplazada por los idiomas locales.
La mayor esperanza para la supervivencia del judeoespañol fue aniquilada, junto con sus hablantes, por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La salud de la lengua era bastante estable en territorios como Tesalónica, Estambul o Esmirna, pero ante la barbarie la mayoría de los supervivientes emigraron a Israel, Nueva York o San Francisco, donde las nuevas generaciones van olvidando esta lengua de origen peninsular.
Características lingüísticas del judeoespañol
Hasta ahora hemos estado viendo cuestiones más bien históricas, cuestiones que hay que tener en cuenta para entender por completo las características lingüísticas. Vamos, pues, con ellas.
Hemos visto que los judíos asentados en España fueron expulsados en 1492, pero esta animadversión hacia ellos no fue repentina, lo cual posiblemente hacía que, desde siglos antes, los judíos crearan sus propias comunidades privadas —también por motivos religiosos y étnicos—; esto llevaría a una cierta impermeabilidad del judeoespañol frente a la influencia de las otras variedades del español que, poco a poco, irían convergiendo en una lengua más uniforme.
A pesar de esto, y sin contradecir el párrafo anterior, parece ser que el judeoespañol y el español diferían poco entre los hablantes de una y otra variedad en la misma zona y en el mismo tiempo.
Por cierto que, en un principio, el judeoespañol se escribía principalmente con caracteres hebreos. Fue a partir del siglo XIX que se extendió la costumbre de usar el alfabeto latino, aunque con una ortografía a su manera, de forma más o menos equiparable a las diferencias entre la ortografía británica y norteamericana. Actualmente no hay una ortografía oficial ni especialmente uniforme.
Algunos arcaísmos
En su momento vimos palabras comunes entre el español y el portugués, aunque en esta lengua son de uso diario, mientras que en aquella son auténticos arcaísmos. Algo similar tenemos cuando comparamos el español con el judeoespañol.
Tenemos arcaísmos judeoespañoles del siglo XIII que ya se veían arcaicos en el español, como la expresión leguleya prominco o lonninco, del latín propinquus aut longinquus, pero también en el siglo XX se puede llamar nief a la nieve, como se decía en tiempos del Arcipreste de Hita, y se conservan palabras como agora ‘ahora’, mansevo ‘mancebo, joven’ o ambezar ‘enseñar’ (¿de donde «avezado»?). Cuestión aparte es el arcaísmo, o más bien judeoespañol voluntariamente hebraizado, de los textos bíblicos, traducciones tan fieles a la gramática original que eran difíciles de entender por los hablantes monolingües.
La morfología conserva arcaísmos tales como la no adición de ‑y a «soy», «estoy», «doy», «voy» (lo que lógicamente nos deja en so, estó, do, vo) y las formas, comunes a zonas como Argentina, del tipo topás, querés, sos, amá, etc.
Los pronombres de cortesía son también arcaicos incluso para el siglo XV: vos (verbo en 2.ª persona) y el/e(y)a (verbo en 3.ª persona) para el singular y e(y)os/e(y)as (verbo en 3.ª persona) para el plural. Se usó la forma su mersed (relacionado, lógicamente, con «vuestra merced» > «usted»), aunque actualmente está en desuso.
Nota sobre la arcaicidad del judeoespañol
Suele decirse que el judeoespañol es de naturaleza arcaica, y de hecho acabamos de ver (y seguiremos viendo) rasgos arcaicos. Aun así, esta lengua tiene también un buen número de innovaciones respecto al español general, ya sean 100 % propias, ya sean compartidas con variedades más minoritarias. Nombremos solo unas pocas, en líneas generales, con lo que dejamos para el resto del artículo otras salpicaduras innovadoras:
- Los fonemas /ɾ/ y /r/ (‹r› y ‹rr›, para entendernos) se han simplificado en uno solo, el percusivo /ɾ/, algo que solo ocurre en judeoespañol y en los criollos.
- Más simplificación del inventario fonémico, al desaparecer /ɲ/ en favor de [ni̯] (espaniol) y /ʎ/ en [li̯]. Relacionado con esto último, triunfo del yeísmo, por lo que [li̯] también desaparece y solo se conserva /ʝ/ (kayenti ‘caliente’); un paso más lo tenemos cuando a /ʝ/ le sigue una /i/, que disimilan elidiendo la /ʝ/ (famía ‘familia’).
- Adición de la ‑s analógica de la 2.ª persona singular del pretérito perfecto simple y posterior elisión por disimilación de la primera s de la desinencia: amastes > amates ‘amaste’.
- Extensión de la preposición «a» de objeto directo de persona a todos los objetos directos: mantenía a sus kazas.
Este artículo está infestado de curvas fonético-fonológicas. Que no te cojan con la guardia baja: échale un vistazo al videocurso de fonética y fonología del español. Puedes empezar ahora mismo con el vídeo de la primera clase; ¡también la segunda clase es gratis!
Léxico por influencia de otras lenguas peninsulares
Ya hemos dicho que el español, especialmente antes del Siglo de Oro, tenía una gran variación a lo largo y ancho del país. Como los judíos que hablaban judeoespañol estaban por toda la península, sus hablas tenían influencias como el ainda ‘aún’ gallegoportugués, lonso (de onso ‘oso’) del aragonés o samarada ‘llamarada’ del leónes/portugués. Mención especial al préstamo portugués embirrarse, que no significa lo que parece, sino ‘enfurecerse’ (¿para cuándo una disputa como la de «bizarro»?).
¿Cómo suena el judeoespañol?
Quien haya estado en Portugal posiblemente se haya turbado ante lo fácil que es leer el portugués, pero lo difícil que es entenderlo hablado. Respetando las distancias, algo parecido ocurre con el francés y aun con el catalán (no así con el italiano). ¿Y el judeoespañol? Ya hemos visto que es muy fácil de leer. ¿Será igualmente fácil de entender a una persona hablarlo? Juzga tú:
Metámonos en faena fonética con los detalles más interesantes.
Diferencias consonánticas
Uno de los terrores de los estudiantes de Gramática Histórica en la universidad es el conocido como reajuste de las sibilantes, tema complejísimo que no podemos tratar aquí. Sí diremos que, teniendo en cuenta la cronología relativa, a los judíos les cogió a trasmano, por lo que este mismo reajuste no se llevó a cabo en el judeoespañol, que mantiene sibilantes sonoras como /z/, desaparecida del español, o el contraste etimológico de lo que en español es solo /x/: dishites ‘dijiste’ /diˈʃites/, ojo /ˈoʒo/ y djente ‘gente’ /ˈdʒente/; además, el fonema /ʃ/ puede aparecer ya sea por absorción de la /i/ anterior (cantáis /kanˈtaʃ/), ya por razones similares a las de la ‹s› del portugués y algunas variedades del español actual: así tenemos animales comestibles como el /peʃˈkado/ y otros puñeteros como la /ˈmoʃka/.
Hemos hablado en este blog del sempiterno lío de ‹b› y ‹v› en el español, dos letras que representan un mismo fonema /b/. Hay quien dice que estas dos letras representaban muy antiguamente dos fonemas distintos, y hay quien dice que nunca ha existido la diferencia. Lo primero tiene más sentido si tenemos en cuenta que en el judeoespañol general sí hay una diferencia estable: ‹b› para /b/ y ‹v› para /v/; no es así en el de Marruecos, donde quizá la influencia del español de España ha neutralizado los fonemas. La /v/ se conserva incluso en contextos arcaicos como bivda ‘viuda’ /ˈbivda/ y sivdad ‘ciudad’ /sivˈdad/, en los que en español ha vocalizado y diptongado, e incluso contextos no etimológicos como cavsa < causa y avtoridad < auctoritate.
Según el país, la /f/ inicial latina puede permanecer como en las demás lenguas romances (ferīre ‘herir’ > ferir), aspirarse como en el español de hace unos siglos (formōsu > hermoso /heɾˈmozu/) o desaparecer como en el español actual (/eɾˈmozu/).
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Diferencias vocálicas
Desde que el español es español, las vocales, por lo general, gozan de gran estabilidad. Aun así, es característica de la pronunciación del judeoespañol la elevación de las vocales finales de palabra, de forma similar al asturiano, por ejemplo: noche se pronuncia /ˈnotʃi/ y poco, /ˈpoku/.
En fin, con esto creo que hemos hecho un pequeño repaso a lo que podemos aprender de esta peculiar lengua en un rato largo. Por supuesto, el interesado siempre podrá acudir a la bibliografía especializada para obtener más información.
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