Como sin duda debemos saber, en latín la c representaba en todos los contextos /k/, como en español «casa», «queso», «kilo»: leemos, pues, cicero como [ˈkikeɾo]. Lo mismo ocurría con la g, que representaba siempre /g/, como en español «gato», «guepardo», etc.
La pregunta que a uno se le viene a la cabeza es, entonces, por qué en español ocurre que ‹c› y ‹g› delante de e o i se pronuncian de forma diferente que si van seguidas de a, o, u, o sea, [ka], [θe], [θi], [ko], [ku] y [ga], [xe], [xi], [go], [gu].
A su vez, esto nos llevará a otra pregunta: si ce, ci, ge, gi cambian su pronunciación… ¿por qué siguen existiendo en español las secuencias /ke/, /ki/, /ge/, /gi/?
Por supuesto, todo esto tiene que ver con la evolución fonética desde el latín al español y, como podemos suponer, buena parte de esta historia es común a las demás lenguas romances e incluso a otras.
Contenidos del artículo
Qué es la palatalización
Tenemos que comenzar entendiendo el fenómeno de la palatalización, recurrente en la evolución de muchísimas lenguas desde tiempos ancestrales.
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Para nuestro artículo, hemos de considerar que e, i son vocales palatales. Como podemos suponer, algo palatal va a tener la capacidad de palatalizar otro sonido.
Cuando hablamos de «palatal», «palatalizar», «palatalización», etc., estamos haciendo mención al paladar duro, porque parte de la lengua se mueve por esa zona.
Las vocales palatales, especialmente i (tanto pura [i] como deslizante yod [i̯]), tienden a palatalizar consonantes contiguas por medio de la asimilación: siendo palatal la vocal, influirá en la consonante para acercarla también al paladar.
Precisamente, y como vamos a ver, entre las consonantes influenciables a la palatalización se encuentran /k/ y /g/.
Entendámoslo mejor con este vídeo:
La palatalización en acción por el mundo
La palatalización de secuencias del tipo ce, ci, ge, gi es común a prácticamente todas las lenguas romances, por lo que no es un rasgo específico del español. Eso sí, el resultado de ‹c› y ‹g› ante e/i puede ser distinto en las diferentes lenguas romances: el español evolucionará a /θ/ y /x/; el italiano, a /tʃ/ y /dʒ/; el francés, a /s/ y /ʒ/, etc.
No solo no es exclusiva de las lenguas romances, sino que, de hecho, es algo muy extendido en las lenguas del mundo. Por ejemplo, entre el inglés y el alemán (lenguas germánicas) tenemos que «iglesia» es church [tʃɜːɹtʃ] y Kirche [ˈkɪɾçə], respectivamente, con dos o una palatalizaciones a partir de un posible origen *kirika (¿de κυριακή ‘[casa] del señor’?).
Dentro del propio inglés tenemos dobletes como skirt ‘falda’ y shirt ‘camisa’, que lógicamente derivan de una misma raíz que venía a significar ‘ropa corta’ (raíz relacionada a su vez con la del español «corto»).
Como sabemos de lingüística indoeuropea, las lenguas satem son todas lenguas que sufrieron palatalizaciones un par de milenios antes de nuestra era. Si uno se pone a aprender una lengua eslava como el polaco o el ruso, por ejemplo, se asombrará de la gran cantidad de sonidos sibilantes procedentes de antiquísimas palatalizaciones.
Evolución de ce, ci, ge, gi en español
Tanto c como g son consonantes oclusivas velares (sorda y sonora, respectivamente) y van a actuar, en principio, de forma similar ante las vocales palatales e, i.
Veamos la evolución de cada una de ellas a lo largo de la historia del español desde el latín.
Latín vulgar
El hecho de que estas palatalizaciones sean comunes a las lenguas romances en general nos hace suponer que ya estaban funcionando en el propio latín vulgar.
Hemos de suponer las siguientes evoluciones, en un primer paso:
- ce, ci /ke/, /ki/ > /tʃe/, /tʃi/
- ge, gi /ge/, /gi/ > /ʝe/, /ʝi/ o /ʒe/, /ʒi/
El resultado /tʃe/, /tʃi/ es tal cual el que aún se conserva, por ejemplo, en italiano, donde /ʒe/, /ʒi/, por su parte, se reforzó en /dʒe/, /dʒi/. Sin embargo, en español aún queda mucho por hacer hasta alcanzar los resultados actuales.
Castellano medieval
En castellano medieval, estos /tʃe/, /tʃi/ ya han cambiado a /tse/, /tsi/, quizá para no converger con /tʃe/, /tʃi/ de otros orígenes (p. ej. en «noche» < nocte).
Poco misterio ahí.
Por su parte, en /ʝe/, /ʝi/ vamos a tener resultados distintos según bastante casuística. Lo más frecuente es que desaparezca la /ʝ/ en la mayoría de las posiciones:
- germanu > «hermano»
- gingiva > «encía»
- rugītu > «ruido»
- sagĭtta > «saeta»
(Como vemos en gingiva > «encía», en determinados contextos la secuencia actúa de forma algo más peculiar).
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Luego, la secuencia /ʝe/ al principio de palabra puede dar otros resultados:
- gemma > «yema»
- generale > «general»
Habríamos de pensar en cualquier palabra de origen latino que empiece por ge‑ o gi‑ como un (semi)cultismo. Lo podemos ver, por ejemplo, en «gente», que durante la Edad Media aparecía más frecuentemente como yente(s). Otros casos, como mugītu > «mugido» (frente a rugītu > «ruido») habría que ir investigándolos.
Siglo de Oro
El famoso reajuste de las sibilantes suele enmarcarse en el Siglo de Oro, aunque realmente comienza en la propia Edad Media. De esto ya hemos hablado mucho, así que resumiremos.
Las secuencias /tse/, /tsi/ se simplifican en /se/, /si/ y finalmente se adelantan a /θe/, /θi/ en la parte de España distinguidora, mientras que permanecen tal cual en la seseante.
Por otra parte, según hemos explicado, las secuencias /ʝe/, /ʝi/ o /ʒe/, /ʒi/ casi no se conservan cuando se originaban en ge, gi. Las actuales secuencias ge, gi siguieron paralelamente la evolución general ante cualquier vocal y origen de /ʒ/ > /ʃ/ > /x/ del reajuste de las sibilantes:
- aliu > aio [ˈaʒo] > [ˈaʃo] > «ajo» [ˈaxo]
- gente > gente [ˈʒente] > [ˈʃente] > «gente» [ˈxente]
En este punto, veamos un resumen de la evolución desde el latín vulgar hasta el español actual:
¿Por qué siguen existiendo /ke/, /ki/ y /ge/, /gi/?
Acabamos de explicar que las secuencias latinas /ke/, /ki/ y /ge/, /gi/ evolucionaron y acabaron dando /θe/, /θi/ y /xe/, /xi/. Y, sin embargo, sí que tenemos en español /ke/, /ki/ y /ge/, /gi/ procedentes de étimos latinos, p. ej. «querer», «quinto», «ceguera» o «seguir».
¿Cómo es esto?
La explicación suele estar en que las actuales secuencias /ke/, /ki/ y /ge/, /gi/ no proceden de ce, ci, ge, gi, sino que aparecen en (semi)cultismos o en palabras derivadas o bien proceden de secuencias que en latín no eran las recién mencionadas, sino otras como que /kʷe/ (o quae /kʷae̯/), qui /kʷi/, etc.
En este punto, hay que recurrir a la cronología relativa. Por resumirlo muy concisa y amigablemente: estas secuencias, más complejas, requerían de un paso más (la pérdida del apéndice labial [ʷ]), por lo que necesitaron más tiempo en prepararse y, cuando estaban listas para evolucionar igual que /ke/, /ki/ y /ge/, /gi/ originales, ya había pasado la tendencia a la palatalización.
Lo veremos más claro en el siguiente vídeo:
Ocasionalmente las explicaciones son otras, como por ejemplo en «queso» < caseu, donde la evolución sería así: caseu > casio > caiso > queiso > «queso». Nuevamente, en el momento en que aparece la secuencia /ke/ ya había desaparecido la tendencia palatalizadora.
Conclusión y últimas palabras
El tema de las palatalizaciones, en general, es bastante complejo. Hay que tener en cuenta que en latín no existían consonantes palatales, por lo que las numerosas existentes en las lenguas romances son de creación posterior y vulgar.
En este artículo nos hemos limitado a un punto concreto de toda la cuestión de las palatalizaciones: la palatalización (y eventual —se me perdonará el anglicismo— fricatización) de las consonantes oclusivas velares ante vocal palatal.
Aun así, ha habido que simplificar bastante. Por supuesto, he tenido que dejar de lado otras cuestiones relacionadas en pro de la claridad y la concisión.
De todas formas, me parece que se ha cumplido bien el objetivo del artículo: explicar por qué las actuales secuencias ‹ce›, ‹ci›, ‹ge›, ‹gi› se pronuncian como si fueran ‹ze›, ‹zi›, ‹je›, ‹ji› y no [ke], [ki], [ge], [gi], que sería lo coherente. Y, derivado de ello, por qué, a pesar de lo dicho, siguen existiendo tales secuencias.
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