Los aficionados a las etimologías a menudo se cuestionan etimologías de muchas palabras, normalmente largas o de uso no especialmente frecuente. Paradójicamente, uno no se para a pensar sobre la etimología de muchas de las palabras de la vida diaria, algunas tan claras que casi nos estallan en la cara. Por eso hoy vamos a ver algunas etimologías con «hacer».
Hace ya mucho tiempo hablamos, por ejemplo, de la etimología de «fecha», es decir, el momento (y opcionalmente el lugar) en que una carta ha sido fecha, o sea, hecha.
El verbo «hacer» (o más bien el latino facio) es la base de muchas palabras que usamos cada día, por lo que hoy trataremos algunas de estas etimologías perfectamente fáciles (y alguna un poco más difícil). Pero, antes que nada, repasemos la etimología del propio verbo.
Contenidos del artículo
Etimología de «hacer»
El verbo «hacer», como todo el mundo sabe, proviene del latín facio, con el mismo significado. El comentario más evidente que cabe hacer al respecto es que en español ha tenido lugar la aspiración y posterior desaparición de la [f] inicial, fenómeno puramente castellano y que no aparece ni siquiera en nuestras hermanas más cercanas como el portugués (fazer) o el catalán (fer).
El verbo latino facio se forma sobre una raíz indoeuropea *dʰe‑, que de forma primaria significaba ‘poner, colocar’, como se ve en el famoso verbo griego τίθημι [ˈtitʰe:mi]. Que un verbo que significa ‘poner, colocar’ desarrolle un nuevo significado como ‘hacer’ no parece que sea extraño, si echamos la vista a los derivados de esta misma raíz en otras lenguas: ruso делать delat’ y, más familiares para la mayoría de nosotros, el inglés do y el alemán tun. Vemos, pues, que el latín no inventó nada raro con el verbo facio.
Podemos incluso ver la relación de estos dos significados, ‘poner, colocar’ y ‘hacer’, en expresiones como «hacer rey a alguien». Si reflexionamos un poco, vemos que el sentido es, de hecho, más cercano al original, es decir, algo como ‘poner a alguien en el cargo de rey’.
Algunas etimologías con «hacer»
Sin más preámbulos, veamos algunas etimologías relacionadas con uno de los verbos más básicos de toda lengua, el verbo «hacer».
Etimología de «fácil»
Al principio mencionaba que algunas etimologías son tan fáciles que casi te estallan en la cara (y aun así no las vemos). La propia palabra «fácil», me perdonarás el juego de palabras, es una de ellas.
El adjetivo «fácil», del latín facilem, hace referencia, ni más ni menos, a lo que se deja hacer, es decir, a lo hacible o hacedero, o sea, a lo fácil de hacer, que es una redundancia etimológica.
Se presupone un adjetivo *facibilis con una extraña síncopa o aun haplología que resulta en facilis. El sufijo ‑bilis, padre del español ‑ble, es el que «indica posibilidad pasiva, es decir, capacidad o aptitud para recibir la acción del verbo» (DLE), como en «posible», «reconocible», «prorrogable», «visible», etc.
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Etimología de «difícil»
Si la de «fácil» es una de esas etimologías que te estallan en la cara, la de «difícil» es aún peor. ¿El antónimo de «fácil» es «difícil» y además se parecen sobremanera? Lógicamente están relacionados.
Basta con ver que al adjetivo facilis se le añadió el prefijo dis‑, que «indica oposición o contrariedad» (DLE), dando el latín difficilis, de donde lógicamente el español «difícil».
Ahora hay que explicar por qué facilis, con a, da una forma difficilis, con i. El latín más antiguo tenía un fenómeno fonético, la apofonía, por el que algunas vocales cambiaban de timbre cuando a una raíz se le añadía un prefijo. La mayoría de palabras así formadas en el latín más antiguo han sobrevivido con estos cambios en el español. Así, tenemos que el que no tiene barba no es *imbarbe sino imberbe, el que no tiene armas no es *inarme sino inerme, lo que no tiene sal no es *insalso sino insulso, etc.
Etimología de «perfecto»
El adjetivo «perfecto», que todos sabemos lo que significa, en su origen tenía un significado más literal según los componentes de la palabra. El prefijo per‑, en este caso, «expresa totalidad o completitud» (DLE), y ‑fecto lógicamente está emparentado con facio, nuevamente con apofonía tras añadirle un prefijo.
Tenemos entonces que «perfecto», en un comienzo, hacía referencia simplemente a aquello que estaba totalmente hecho. De aquí que, posteriormente, se entendiera que algo que estaba totalmente hecho era perfecto en el sentido actual de la palabra. De hecho existía un verbo perficio (lo has adivinado: con apofonía) que significaba ‘llevar a cabo o a término’ y que hemos perdido en español.
Sabemos, como he dicho, lo que significa «perfecto» en el español (y demás lenguas romances y arromanzadas) de hoy en día, pero aún nos queda algún fósil en el que «perfecto» (e «imperfecto») conservan su significado original.
Quizá lo hayas adivinado: el nombre de los tiempos verbales.
Los tiempos verbales: perfecto, imperfecto, pluscuamperfecto…
Pretérito perfecto, pretérito imperfecto, pretérito pluscuamperfecto (que es simplemente más-que-perfecto).
Puede que te lo preguntaras cuando en el colegio estudiabas las dichosas tablas de los tiempos verbales: ¿por qué este tiempo es perfecto y este no, si son todos válidos por igual?
El nombre de los tiempos verbales, en español al menos, suele incluir información sobre el aspecto verbal (una de esas seis categorías gramaticales del verbo que en la escuela aprendíamos de memorieta sin saber qué estábamos diciendo). Como esta es una entrada de etimología y no de gramática, nos limitaremos a decir que el aspecto indica si la acción del verbo se considera acabada (perfecta) o no acabada (imperfecta).
Así pues, en «yo he comido» (pretérito perfecto compuesto) se entiende que ya he acabado de comer, mientras que en «yo comía» (pretérito imperfecto) no se entiende que ya haya acabado de comer (quizá sí, quizá no).
Te dejo este vídeo donde la profesora Lola Pons, de mi universidad (aunque nunca me dio clase), explica esto con un poco más de detalle:
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