El otro día compartí en la página de Facebook este enlace, en el que aparece la etimología náhuatl de «tocayo», esa palabra tan española que significa ‘respecto de una persona, otra que tiene su mismo nombre’ (DLE). Según Chilango.com, «tocayo»
es la evolución de la voz tocayotl ‘nos llamamos’. Nuestros antepasados, para expresarle a un tercero que compartían el nombre con alguien, decían yeh notocayo, que podría traducirse como «él es mi tocayo». Su raíz está en la palabra tocaitl ‘llamarse’.
Contenidos del artículo
La verosímil pero no tan probable etimología romana de «tocayo»
Una lectora me llamaba la atención acerca de la etimología romana, según la cual «tocayo» realmente procede de la expresión latina ubi tu Gaius, ibi ego Gaia ‘donde/cuando tú [seas] Gayo, allí/entonces yo [seré] Gaya’, enigmática expresión que —parece ser— se empleaba durante el matrimonio y, resolviendo un poco la metáfora, podría entenderse como alguna de las siguientes opciones, según Darcos en su Dictionnaire amoureux de la Rome antique:
- «Que cada uno esté con su cada una»: simplemente, que los hombres se casen con las mujeres.
- «Donde tú seas el señor, yo seré la señora»: el cierre de un trato para pasar a ser iguales en la relación, basado en un supuesto origen de Gaius en el griego, con el significado de ‘señor’; interpretación ingenua si nos atenemos a la realidad del matrimonio romano.
- «Donde tú seas mi señor, yo seré tu Tierra»: reconocimiento de sumisión de la mujer al hombre, siguiendo con el origen griego de Gaius ‘señor’ y además de Gaia ‘tierra’ (cf. «pangea»). Esto tendría sentido dentro del ritual de la coemptio, del que se puede leer un resumen claro aquí.
El DLE, en su apartado etimológico de la entrada, no se moja con ninguna versión. Afirma Wikipedia, sin citar fuente ni dar referencia alguna, que «la opinión más extendida es que proviene del latín»; sí que dice que Corominas comparte esta etimología, que en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana la defiende así frente a la otra:
Como la documentación más antigua procede de España, no es probable que venga del náhuatl, donde, por lo demás, no hay palabra exactamente comparable, pues tocaytl sólo significa ‘nombre’.
Estos son más o menos los datos que tenemos. Nótese que Chilango.com y Corominas dan no solo ortografías sino incluso valores distintos de la palabra náhuatl. Yo, que no conozco en absoluto esta lengua, me guiaré por el razonamiento de que Corominas posiblemente tampoco supiera (casi) nada de ella (esto se deduce de su biografía en Wikipedia; solo «tenía un profundo conocimiento del catalán, castellano y occitano, así como de la lingüística indoeuropea y arábiga. También tenía un buen conocimiento del euskera.»), y que Google devuelve el triple de resultados para tocayotl que para tocaytl. También un usuario de Wikipedia, que afirma dominar la lengua, asegura que totocayo significa ‘nuestro mismo nombre’, lo cual es coherente con la etimología náhuatl tras pasar por un proceso de haplología.
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En contra de la etimología romana de «tocayo»
Vaya por delante que yo también me inclino por la etimología náhuatl, por lo que aquí voy a asumir la misión —sesgada o no, ignorante o no— de refutar la etimología romana.
El nombre es Gaius, no *Caius
El nombre romano, como ya dijimos en una ocasión, era Gaius, no *Caius. Si esto es así, la secuencia tu Gaius [ˈtuˈgajus] no puede pasar al español [toˈkaʝo]; primero, porque [g] no pasa a [k] en español, sino al revés; segundo (y sin relación directa con lo anterior), porque la u del latín tu es larga, que en español permanece como [u] sin abrirse en [o]. De aquí deberíamos poder decir que, si «tocayo» procediera de tu Gaius, realmente nos encontraríamos con *«tugayo».
Además, si la relación entre Gaius con el griego ¿γάιος? [ˈga.i.os] es cierta, esto reforzaría la idea de que tenemos una [g] y no una [k] en el latín; de todas formas, es más probable que el nombre realmente provenga de una versión anterior, Gavius, relacionada con el verbo gaudeo ‘alegrarse’.
No existe ubi tu Gaius, ibi ego Gaia en las fuentes
Por más que he buscado, ninguna de las publicaciones que mencionan la etimología romana aporta la más mínima referencia a las fuentes latinas (o antiguas en general) acerca de esta costumbre nupcial. Esto ya hace dudar.
Uno busca en el corpus Classical Latin Texts del Packard Humanities Institute, que se define como un corpus que contiene «esencialmente todos los textos latinos literarios escritos antes del año 200 d. C., así como algunos textos de la Antigüedad tardía», y no encuentra ni una sola vez la frase ubi tu Gaius, ibi ego Gaia ni ninguna otra posible forma, a pesar de que en algunas publicaciones se asegura que «esta fórmula es mencionada por Cicerón en Pro L. Murena oratio, 12.27».
Basta con comprobarlo uno mismo para ver que no es cierto, y que solo se hace una vaga referencia a la costumbre, pero en ningún momento aparece la frase tal cual. Para los que no saben latín, esto es lo que se dice:
quia in alicuius libris exempli causa id nomen invenerant, putarunt omnis mulieres quae coemptionem facerent ‘Gaias’ vocari.
por ejemplo, como habían encontrado en los libros de alguien este nombre, pensaron que todas las mujeres que se habían casado por medio de la coemptio se llamaban Gaya.
Este enlace o cualquiera de los clones especifica que «se dice que fue una fórmula nupcial, pero solo se conoce a partir de fuentes griegas», fuentes que, sorpresa, no se especifican. Me voy, pues, al Thesaurus Linguae Graecae y no soy capaz de dar con nada tampoco en las fuentes griegas.
De hecho, solo hay —hasta donde he podido encontrar— otro texto que dé validez a la idea de que se hubieran usado los sobrenombres Gaius y Gaia en las ceremonias nupciales, en la siguiente cita de Quintiliano en su Institutio oratoria (1.7.1.1), que en ningún momento significa que el ritual incluyese la frase ubi tu Gaius, ibi ego Gaia:
Nam et ‘Gaius’ C littera significatur, quae inuersa mulierem declarat, quia tam Gaias esse uocitatas quam Gaios etiam ex nuptialibus sacris apparet;
Se usa la letra ‹C› para el nombre «Gayo», y al invertir el nombre se refiere a la mujer, pues, por lo que sabemos de los ritos nupciales, las mujeres eran llamadas Gaya, como los hombres eran Gayo.
No es mi intención aquí revolucionar la historia ni la filología clásica —de hecho me da cierto reparo decir lo siguiente—, pero, a menos que se me esté escapando algo —lo cual es posible, por supuesto, y en tal caso te ruego encarecidamente que me des las referencias que me faltan en los comentarios—, podríamos estar ante uno de esos hechos históricos de los que no hay fuentes pero que, de tanto repetirse durante años y siglos, todo el mundo toma por verdaderos sin pararse a verificar. Igual —y siguiendo con los romanos— que aquello de que los romanos se apretaban los testículos al jurar y de ahí lo de «testigo», etimología desmentida aquí.
La palabra «tocayo» no existe en otras lenguas romances
Si bien esto no es directamente eliminatorio, es excesivamente sospechoso que una palabra que procede del latín solo exista en el español. Incluso palabras debatidísimas respecto a su etimología, como «matar», tienen al menos un hermano en otra lengua, como, en este caso, el portugués matar.
El uso de «tocayo» es demasiado tardío
Como nadie de los presentes ha vivido anteriormente al siglo XX, tenemos que conformarnos con los testimonios que recoge el CORDE. Como bien dice Moreno de Alba en un artículo (que por desgracia ha dejado de ser accesible), la primera aparición de «tocayo» es del año 1820-1823 (una aparición del 1768 no tiene nada que ver con este uso de la palabra).
Sí que está «tocayo» recogido en el Diccionario de autoridades (1739). En cualquier caso, según deducimos del CORDE, el empleo de «tocayo» es demasiado tardío: ¿cuán viable es que una palabra que se remonta a la Antigüedad romana aparezca de repente en el siglo XVII o XVIII?
Por otra parte, lo que decía Corominas respecto a la no procedencia del náhuatl por documentarse primero en español y no en náhuatl no tiene demasiado sentido, ya que la documentación en español es inmensa, mientras que la de una lengua como el náhuatl es, lógicamente, reducida. Boas, a mí.
En fin, la etimología de «tocayo» es escurridiza, pero aquí he defendido, creo que con buenos argumentos, la no procedencia del latín.
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