Veamos qué dice el DLE sobre el «eco». Nos vale con la primera acepción, aunque tenga otras muchas más, para el cometido de esta entrada, ver la etimología de «eco»:
eco.
Del latín echo, y este del griego ἠχώ1. m. Repetición de un sonido producida al ser reflejadas sus ondas por un obstáculo.
Con estas pistas, veamos la etimología de «eco» y cómo cuenta la historia el poeta Ovidio.
Contenidos del artículo
Etimología de «eco»
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El origen de la palabra «eco» para significar esa repetición de un sonido viene de la mitología griega, concretamente del mito de Eco y Narciso.
Resumiéndolo, Eco era una ninfa que, por su excesiva elocuencia, con la que se burló de Juno (más exactamente de Hera), fue castigada a no poder decir más que unas pocas palabras.
Un día en el bosque, vio al joven y bello Narciso y se enamoró de él. Por cobardía no se acercó a él, sino que lo contemplaba desde la distancia, escondida entre los arbustos. Al notarlo, Narciso le hacía preguntas, a lo que ella respondía con brevedad con las mismas palabras de Narciso. Finalmente, rechazada por este y avergonzada, huyó a las cuevas, donde poco a poco, por la tristeza del rechazo, fue menguando hasta que solo le quedó la voz.
Traducción del mito según las Metamorfosis de Ovidio
Ovidio, en sus Metamorfosis, lo narra de forma magistral. En este mito puedes comprobar la etimología de «eco». Aquí lo traduzco para ti:
Cuando vio a Narciso vagando por los campos apartados y se enardeció, sigue a escondidas sus pasos y, cuanto más lo sigue, más arde con más cercana llama, no de otro modo que cuando el inflamable azufre, impregnado en la punta de las antorchas, arrebata las agitadas llamas.
¡Oh, cuántas veces quiso acercársele con lisonjeras palabras y rogarle suavemente! Mas su naturaleza se lo impide y no le permite empezar; pero —lo que sí le deja— ella está preparada para aguardar sonidos a los que pueda devolver sus palabras.
Por ventura el muchacho, alejado del fiel tropel de sus compañeros, había dicho:
—¿Quién anda ahí?
—Anda ahí —respondió Eco.
Él se queda estupefacto y, cuando echa su vista a todas partes, grita con gran voz:
—¡Ven!
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Ella llama al que la llama. Él vuelve a mirar y, como no venía nadie, dijo:
—¿Por qué huyes de mí?
Y, tantas veces como lo dijo, volvió a recibir las palabras. Insiste y, engañado por la imagen de la voz que le replicaba, dice:
—¡Aquí juntémonos!
Y Eco, que a ningún sonido había de responder jamás de mayor agrado, le respondió:
—¡Juntémonos!
Y se alegra de sus propias palabras y, saliendo del bosque, se dirigía a lanzarle los brazos al deseado cuello. Él huye y, mientras huye, dice:
—¡Quita las manos, no me abraces! Moriré antes que ser tu pareja.
No repite ella sino:
—Ser tu pareja.
Despreciada, se esconde en los bosques y, llena de vergüenza, se cubre la cara con hojas y, desde entonces, vive en cuevas solitarias. Pero, aun así, persevera el amor y crece con el dolor del rechazo.
Consumen su cuerpo desgraciado las alertas cuitas, y reseca su piel la delgadez, y hacia los aires se va la esencia de todo su cuerpo. Solo quedan la voz y los huesos: la voz permanece; se dice que los huesos tomaron la apariencia de una piedra. Desde entonces, se esconde en los bosques y no se la ve en ningún monte. Todos la oyen: es el sonido lo que vive en ella.
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