No todo el mundo tiene por qué saber latín —aunque como hispanohablantes parece casi necesario conocer los básicos de nuestra historia y de nuestra Antigüedad— y, muchísimo menos, fonética latina. Sin embargo, esto no es óbice para que aprendamos, al menos, a evitar errores básicos de pronunciación en latín clásico.
Si prefieres ver y escuchar, no te pierdas este vídeo, en el que lo explico todo de forma bastante detallada:
Pronunciación del latín clásico
Contenidos del artículo
Correspondencia ortografía-pronunciación del latín clásico
Hay que comenzar aclarando que la ortografía latina es prácticamente fonética, es decir, que lo que se escribe es lo que se pronuncia, y lo que se dice es lo que se escribe.
Antes de matizarlo, sería conveniente introducirnos en la fonética latina. Hagámoslo con este vídeo:
Introducción a la fonética latina
Empecemos a matizar. Esta biunivocidad es algo menos cierto en el caso de la h, que en latín, en época republicana era ya muda, aunque se seguía escribiendo por purismo etimológico, si bien en épocas anteriores y en las áreas rurales sí que se aspiraría aunque fuera levísimamente, pero desde luego menos que en inglés o alemán. Como todo esto es igual que en español («cohete» se pronuncia normalmente [koˈete], aunque en zonas rurales se puede escuchar [koˈhete]), no hace falta profundizar más.
También tengo que aclarar, por último, que aquí voy a hablar de la pronunciación clásica, que se opone a la pronunciación arromanzada, a la italiana, de la Iglesia, o como cada cual quiera llamarla. Cuando los españoles recurrimos a algún latinajo o a alguna locución latina, la mayoría de las veces se trata de expresiones de época clásica; por tanto, deberíamos saber no solo emplearlas con corrección, sino también pronunciarlas adecuadamente.
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En este vídeo, correspondiente a la primera clase, sobre la historia de la lengua latina, del curso de historia, fonética y morfología del latín, puedes hacerte una idea sobre de qué vamos a estar hablando:
ae (y oe)
Por increíble que pueda parecer, el diptongo ae se pronuncia [ae̯]. Por tanto, hay que evitar la pronunciación arromanzada como una simple *[e]: quae se lee [kʷae̯], no *[ˈkwe]. La bibliografía anglosajona tiende a considerar que ae se pronunciaba [ai], aunque esta pronunciación es de época arcaica (siglo III a. C. y anteriores). Lo mismo se aplica al diptongo oe, menos frecuente, que se pronuncia [oe̯]: amoenus se pronuncia [aˈmoe̯.nus], no *[aˈmenus].
Este diptongo es también causante de otra aberración bastante extendida entre legos y profanos. Como insinuamos en la entrada sobre la cantidad vocálica, las palabras latinas de dos o más sílabas eran llanas o esdrújulas, nunca agudas. Entonces, si acabamos de decir que ae es un diptongo, una pronunciación del tipo *[roˈsa.e] estaría acentuando la última sílaba, es decir, realizándola como aguda.
Este error es muy común. El diptongo ae es desinencia de dos casos importantes de la primera declinación: el genitivo singular y el nominativo plural. Respecto al caso del genitivo singular, sobre todo, porque es la segunda forma del enunciado de un sustantivo; todo el mundo habrá escuchado, no sin cierta chanza mema, el típico rosa, rosae como *[ˈrosa roˈsa.e] (cuya pronunciación correcta es [ˈɾosa ˈɾosae̯]).
También es la que aparece en curriculum vitae [kuˈrikulum ˈbitae̯] (o [ˈbite], pronunciación del latín vulgar, recomendada por la RAE).
En este fragmento de la tercera clase, sobre la historia del vocalismo latino, del curso de historia, fonética y morfología del latín, hablo de los diptongos latinos en general y de ae y oe en particular:
Introducción al vocalismo latino
¿Cómo pueden ser ae y oe diptongos?
¿Cómo es posible que ae y oe sean diptongos si no hay ninguna deslizante?
No podemos juzgar la fonología de una lengua a partir de la fonología de otra. Por ejemplo, los anglófonos dirían que los triptongos del español son imposibles de pronunciar, simplemente porque ellos no tienen algo similar. Y lo mismo podríamos decir nosotros de, por ejemplo, el rumano, que contempla secuencias como /e̯a/ e incluso /e̯o̯a/.
Efectivamente /e/ es una vocal abierta (realmente media) y, en principio, parece que no puede formar diptongo con otra vocal abierta/media. Sin embargo, no hay más que pensar en las sinalefas del español: «prima hermana» se silabifica pri‑maer‑ma‑na, con lo que ahí tenemos exactamente el diptongo [ae̯], y lo mismo con [oe̯] en «primo hermano». Esto está totalmente contemplado en la fonología del español. Por tanto, lo que en principio es un hiato teórico, en la práctica puede y suele pronunciarse como diptongo: prim[ae̯]rmana.
Con esto quiero decir que en latín se pronunciaba exactamente como diptongo, igual que en español es diptongo la secuencia en «prima hermana», etc.
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ce, ci
En el colegio aprendemos que, en español, c seguida de a, o, u se pronuncia como la k: «casa», «cómodo», «cumbre»; pero, seguida de e o i, se pronuncia como la z: «cebolla», «cigüeña». Algo similar ocurre en italiano, solo que, en vez de como la z, se pronuncia como nuestro dígrafo ‹ch›: cena [ˈtʃena], cipolla [tʃiˈpolːa].
Esto hace que en la pronunciación arromanzada se realicen estas mismas secuencias, ce y ci, como en italiano. Mucho se reiría Cicerón, creo, si se enterara de que nos referimos a su consulado como *[tʃitʃeˈɾone ˈkonsule], *[siseˈɾone ˈkonsule] o incluso *[tsitseˈɾone ˈkonsule]. Pero lo cierto es que la letra C en latín se pronunciaba siempre /k/, independientemente de la vocal que le siguiera. Así pues, Cicerone consule se leería [kikeˈɾone ˈkonsule].
ge, gi, gn
Ocurre lo mismo que en el caso anterior, por lo que abreviamos: la letra G se pronunciaba siempre como en «gato», «guerra», «gorila». Por tanto, regina ‘reina’ no se lee *[reˈʝina], sino [ɾeˈgina].
Relacionado con ge y gi está GN, que en latín no era dígrafo como en italiano (gnomo [ˈɲomo]), sino dos sonidos totalmente independientes que se leían tal y como se escribían: magnus se lee [ˈmagnus] (como en español «magnífico»), no *[ˈmaɲus].
r
En latín, igual que en español, existían la percusiva o vibrante simple /ɾ/ (como en «pero»), escrita R incluso en inicial de palabra (Roma [ˈɾoma], no *[ˈroma]), y la vibrante múltiple /r/ (como en «perro»), escrita RR.
El español, sin embargo, se apartó del latín cuando se trataba de inicial de palabra: Roma se pronuncia, en latín, [ˈɾoma], mientras que en español sí se pronuncia [ˈroma]. Es comprensible, en cualquier caso, la pronunciación españolizada de R en inicial de palabra, ya que es un sonido extraño en castellano para esa posición.
Lo que no tiene justificación alguna es una pronunciación arcana de la R, como si de una maldición egipcia se tratara. De forma simple: la R en latín es siempre /ɾ/, simple, como en «pero», y no una mezcla de [ɾ] con [r], con [ɹ] inglesa y con [ʁ] francesa. En serio.
ti seguida de vocal
Similar a lo ya visto: la secuencia ti, incluso cuando va seguida de vocal, se pronuncia tal y como se escribe, es decir, [ti], seguida de la vocal que corresponda. Por ejemplo, temptatio se pronuncia [tempˈta.ti.o]: ni *[tempˈta.tsio] ni *[tempˈta.sio].
«Gayo», «Gneo»
En estos dos casos hermanos nos enfrentamos más bien a un problema gráfico, que conlleva secundariamente el de pronunciación. La explicación es larga, aunque interesante, creo.
Los romanos tenían poquitos nombres de pila, los famosos praenomina. Teniendo en cuenta lo que costaba escribir una letra en un trozo de piedra o de mármol, es comprensible que fueran muy aficionados a las abreviaturas. Los nombres, siendo pocos y por tanto muy repetidos, eran blanco fácil para ahorrarse unas letras. Si hablamos de Publio, bastaba con escribir P. para que todo el mundo supiera que se trataba de Publius, igual que todos los hispanohablantes sabemos que ‹q› (o la más macarrónica ‹k›) es abreviatura de «que», etc.
Historia de la letra ‹g›
Alguna vez hemos mencionado ya que, por lo general, las inscripciones (así como el lenguaje jurídico, muchas veces de la mano) tenían gusto por lo arcaizante. Los romanos tomaron su abecedario del alfabeto etrusco, que a su vez fue una adaptación del griego. Aunque los griegos sí tenían el fonema /g/, representado con la gamma (γ, mayúscula Γ), los etruscos reciclaron esta grafía para representar el fonema /k/, ya que ellos no tenían /g/: basta con girar unos 90 grados hacia la izquierda la grafía Γ para obtener una C un poco angulosa. Aquí cabe precisar que todas estas gentes escribían todo en mayúsculas, por lo que es adecuado (incluso necesario) que nosotros empleemos, en este caso, también mayúsculas.
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Los romanos, que, como hemos dicho, adaptaron el alfabeto etrusco para crear el suyo, se encontraron con que no tenían una letra para representar el fonema /g/ (que ellos sí tenían), por lo que usaban la C para representar /k/ y /g/ indistintamente. No sería hasta el siglo III a. C. que se les ocurrió la idea de coger esa C y ponerle un signo diacrítico, una rayita, que acabó en la G.
En el vídeo de arriba hablo algo más sobre toda esta cuestión (más concretamente, a partir de 11:35).
Abreviaturas de Gaius y Gnaeus
Pero los romanos llevaban ya varios siglos abreviando los nombres Gaius y Gnaeus como C. y CN. respectivamente. Si bien ahora sí podían emplear su nueva letra y abreviar C. y CN., ello iría en contra del gusto arcaizante propio de las inscripciones, por lo que se continuó abreviando C. y CN., aunque de siempre los nombres habían sido Gaius [ˈga.jus] y Gnaeus [ˈgnae̯.us], y no *Caius ni *Cnaeus.
Esto lo recoge de hecho Quintiliano en su Institutio oratoria, 1.7.1.1 (que traduzco libremente), al hablar de las incoherencias entre ortografía y pronunciación en el latín:
Quid quae scribuntur aliter quam enuntiantur? Nam et ‘Gaius’ C littera significatur […]; nec ‘Gnaeus’ eam litteram in praenominis nota accipit qua sonat.
¿Qué hay de las palabras que se escriben de forma distinta a como se pronuncian? Por ejemplo, se usa la letra C para el nombre «Gayo» […]; tampoco «Gneo» se pronuncia con la letra con la que se abrevia.
El problema es que, mientras que, por ejemplo, los anglosajones han sabido desatar correctamente las abreviaturas y han escrito siempre Gaius y Gnaeus, la tradición española ha confundido lo que era un arcaísmo gráfico con lo que había realmente tras esa abreviatura. Entonces, muchos han escrito y pronunciado siempre *Cayo y *Cneo (ya españolizado).
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Evolución de las grafías y los sonidos
En algún lugar de internet (y supongo que, antes, en círculos académicos) alguno ha debatido si esa C no era otra parte más de la evolución fonética desde el latín al castellano, cosa bastante difícil, ya que la evolución ha sido, normalmente, justo la inversa: muchas c han pasado a g (y muchas p a b [aperire > «abrir»], y muchas t a d [vita > «vida»]: sonorización de la sorda correspondiente), como en cattu > «gato», lacu > «lago», lacrima > «lágrima», aqua > «agua», etc.
Esto hay que tenerlo claro porque Gayo y Gneo son, de hecho, dos nombres muy importantes, al ser el primero el de Julio César y el segundo el de Pompeyo Magno, dos de los romanos más famosos. Se puede ver la gran —y triste— extensión de estos errores en los propios artículos de Wikipedia y en la mayoría de artículos de historiadores, novelas históricas e incluso, a veces, escritos de filólogos clásicos.
Y, por cierto, si quieres aprender, repasar o refrescar tu latín, solo tienes que echarle un vistazo a mi videocurso de latín desde cero.
Conclusión y últimas palabras
En este artículo he resumido la pronunciación del latín clásico (a menudo llamada restituta) tal y como la han estudiado y descrito los filólogos clásicos, romanistas y otros lingüistas afines.
Por dejarlo claro (nuevamente): en este artículo no he hablado de cualquier otra pronunciación del latín que no sea la clásica. Simplemente, no es de mi interés el latín que pueda usarse en misa, en los tribunales o en clase de Biología.
Como siempre hay que aclararlo todo hasta la náusea para no herir posibles susceptibilidades, quede dicho: no estoy menospreciando otras pronunciaciones ni estoy diciendo que la pronunciación eclesiástica estén mal. Simple y llanamente he escrito sobre la pronunciación del latín clásico porque, como filólogo clásico, es lo mío.
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