A raíz de la entrada en la que explicaba las razones por las que «setiembre» y «otubre» eran las formas patrimoniales, más de un lector (o letor) se turbó ante la posibilidad de que nuestra lengua continuara corrompiéndose y diera lugar a formas que siguieran estas mismas simplificaciones. Por ello me gustaría hablar hoy de la cronología relativa y otros conceptos relacionados con la evolución de las lenguas.
El tema de la cronología relativa es complejo, por lo que tendremos que dar varios y variados ejemplos. Como es cuestión de fonología histórica, también tendremos que manejar algo la fonética, para lo que siempre recomiendo mi curso de fonética y fonología del español.
Si te sientes con confianza, puedes comenzar con este reto antes de continuar leyendo el resto del artículo:
Contenidos del artículo
La cronología relativa para dummies
La cronología relativa establece el orden (no el momento exacto) de los cambios que sufre una lengua en el nivel fonético-fonológico.
Estos cambios empiezan en un determinado momento y afectan por lo general a todas las palabras de una lengua que cumplan los requisitos para ese cambio.
¿Cómo funciona la cronología relativa?
Una vez que un proceso ha actuado todo lo que ha podido, desaparece y cualquier palabra nueva (por préstamo de otra lengua, por composición, etc.) que aparezca tras la extinción del proceso no sufrirá ese cambio que sí afectó a las palabras que ya estaban ahí antes del comienzo del proceso.
Los procesos, que suelen actuar durante años e incluso siglos, pueden ocurrir al mismo tiempo, solaparse o ir unos detrás de otros. En cualquier caso, cuando un proceso comienza, toma la palabra tal y como la dejaron los procesos anteriores, por lo que es relevante saber cuál es el orden (no tanto el momento exacto: de ahí que hablemos de cronología relativa) en que los procesos ocurren, ya que, en este caso, el orden de los factores sí altera el producto.
El primer profesor que me habló de la cronología relativa la comparó con una fábrica de choricillos (sic). Dicho de otra forma aún más clara, es como una cadena de montaje: el primer operario (proceso) toma la materia prima (palabra en su forma original), la modifica según su rol (reglas) y la pasa, ya modificada, al siguiente operario, que volverá a hacer lo mismo con la palabra ya modificada según sus propias reglas.
Veamos el funcionamiento en práctica con algunos ejemplos de cronología relativa.
Cronología relativa desde el latín arcaico al latín clásico
Por ejemplo, en latín arcaico toda /s/ intervocálica se convirtió en /ɾ/: Papisius > Papirius; esam > eram ‘(yo) era’ (cf. est ‘es’); iuse > iure ‘derecho, justicia’ (cf. iustitia).
Precisamente vemos que en los paréntesis hay formas con la misma raíz en las que las condiciones (que /s/ ocurra entre dos vocales) no se dan, por lo que la regla no afecta.
Este proceso se consumó antes del siglo IV a. C., por lo que cualquier palabra que se tomara prestada, se creara o se formara más tarde de esa fecha no se vería afectada por esta regla: rosa, asinus, etc.
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Cronología relativa desde el latín al portugués
En la evolución del latín al portugués, se perdieron la /l/ y la /n/ intervocálicas; así, luna ‘luna’ da lua y dolore ‘dolor’ da dor.
No obstante, cualquier palabra que se tome ahora de cualquier idioma, como la regla ya ha dejado de actuar, conserva la /l/ y la /n/ intervocálicas: banana, alarmar.
Cronología relativa desde el latín al español
Casi cualquier alumno de Latín de instituto sabe lo básico sobre la evolución de los étimos latinos hasta las palabras españolas. Explicaremos rápidamente un par de reglas para poder trabajar sobre los ejemplos que veremos:
- Las vocales átonas en sílaba interior de palabra se suelen sincopar, como en stabulu > «establo».
- Las oclusivas sordas intervocálicas sonorizan (/p, t, k/ > /b, d, g/), como en vita > «vida».
Si aplicáramos las reglas en el orden en que las acabamos de exponer, obtendríamos que veritate evolucionaría al español *«vertad»:
- ver(i)tate > vertate > vertad(e) > *«vertad» ❌
Como primero hemos aplicado la regla de las vocales internas que se pierden, obtenemos *vertade, de modo que la primera /t/ ya no está entre dos vocales, por lo que no reúne el requisito (estar entre dos vocales) para poder pasar a /d/. Esta cronología relativa es, pues, incorrecta.
Si el resultado de veritate es el español «verdad», eso (y otros miles de ejemplos) nos da a entender que el orden es el contrario, es decir, primero ocurrió el proceso de sonorización /t/ > /d/ y luego ocurrió la pérdida de la vocal átona:
- veritate > ver(i)dade > verdad(e) > «verdad» ✔️
(Por cierto, que esto demostraría que una tercera regla, que la /e/ se pierde a final de palabra tras oclusiva dental, ocurre en último lugar, pues si hubiera ocurrido antes de la sonorización /t/ > /d/ habríamos obtenido veritat(e) > veritat > ver(i)dat > *«verdat»).
Puedes darte un buen atracón de evoluciones que respetan la cronología relativa:
Cronología relativa con arabismos en español
Por razones históricas, el español tiene una gran influencia de la lengua árabe, y así por ejemplo la mayoría de palabras que comienzan por al‑ sabemos que son de origen árabe, como «almohada», «albañil», «alambique», etc.
Vimos que en latín c sonaba siempre /k/ como en «casa» y g sonaba siempre /g/ como en «gato», aunque las lenguas romances palatalizaron estos dos sonidos ante e/i.
Sin embargo, como este cambio ya había actuado y desaparecido en la época en que los arabismos se introdujeron en español, las palabras árabes no sufrieron estos cambios (como el de Cicerone [kikeˈɾone] > [θiθeˈɾon]), sino que conservaron siempre /k/ sin transformarlo, como en «mezquino» < miskín, «alfaquín» < alḥakím, etc.
Por el contrario, como la sonorización de oclusivas sordas aún no había tenido lugar, los arabismos se introdujeron en el español con sus originales /p, t, k/ y evolucionaron paralelamente a las palabras latinas o que ya estaban ahí, y de igual forma que el latín delicatu dio «delgado», las árabes alquṭún dio «algodón» y attaqíyya dio «ataguía».
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¿Y ahora qué?
Más de uno podría pensar que la lengua, con la alfabetización actual, está ya libre de cambios, al menos en el nivel fonético-fonológico. Lo cierto es que los cambios lingüísticos ocurren sin que nosotros nos demos cuenta, y ahora mismo hay procesos actuando.
Posiblemente la mayoría de hablantes no se dará cuenta a lo largo de su vida, pero, cuando pasen los siglos, los estudiosos podrán comparar el estado actual de la lengua con el de su tiempo. Creo que el lector sabrá relacionar lo dicho hasta ahora con —salvando las distancias— lo que decía Darwin en El origen de las especies, XV:
No puede afirmarse que los seres orgánicos en estado natural no estén sometidos a alguna variación; no puede probarse que la intensidad de la variación en el transcurso de largos períodos sea una cantidad limitada […]. Pero la causa principal de nuestra repugnancia natural a admitir que una especie ha dado nacimiento a otra distinta es que siempre somos tardos en admitir grandes cambios cuyos grados no vemos […]. La mente no puede abarcar toda la significación ni siquiera de la expresión un millón de años; no puede sumar y percibir todo el resultado de muchas pequeñas variaciones acumuladas durante un número casi infinito de generaciones.
Está ocurriendo: el cambio lingüístico en el español del siglo XXI
Por dar un ejemplo, actualmente se está perdiendo, y cada vez más, la d intervocálica en sílaba final. El ejemplo más claro es el de los participios de la 1.ª conjugación: «amado» tiende a pronunciarse [aˈmao] y aun [aˈmao̯], y esta pérdida ya está extendida por gran parte de España e Hispanoamérica y no se considera especialmente vulgar.
También están los participios de las otras conjugaciones: «comido» [koˈmio] y «salido» [saˈlio], pronunciaciones aún bastante estigmatizadas pero igualmente frecuentes en el habla coloquial. Lo mismo pasa con palabras como «dedo» [ˈdeo] y «nada» [ˈnaa] > [na].
Es posible que actualmente la lengua sí sea más resistente a los cambios por la influencia de la ortografía, ya que la alfabetización actual está cercana al 100 %, pero aun así nada ni nadie se libra de los cambios.
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