En el minicurso de español medieval vimos las principales diferencias entre el español actual y el medieval, es decir, observamos los rasgos más llamativos de la Edad Media con nuestros ojos actuales. En este artículo trataremos también del español o castellano medieval, pero, esta vez, estudiaremos cuál ha sido la evolución desde el latín.
La parte de pronunciación y escritura ya está explicada prácticamente por completo en la sección correspondiente del minicurso de español medieval y en los artículos allí enlazados. No estaría de más complementarla con las reglas fundamentales de la evolución del español desde el latín. El presente artículo puede disfrutarse y entenderse por sí mismo, pero lo ideal sería hacerlo tras el minicurso de español medieval.
Así pues, comenzaremos a partir de la morfosintaxis. Aunque no vayamos a entrar en grandes profundidades, es bueno que nos familiaricemos con los conceptos más importantes de morfosintaxis histórica:
Introducción a la morfosintaxis histórica
Una vez que hemos calentado, ahora sí, vayamos al artículo de hoy.
Contenidos del artículo
Cambios en la morfosintaxis nominal
El cambio más importante y llamativo en toda la morfosintaxis nominal es el de la desaparición de la flexión casual. Salvo algún caso más o menos anecdótico, ya no se declinan las palabras para marcar la función sintáctica, sino que esta se marca principalmente por medio de las preposiciones y el orden de palabras.
Evolución de la morfosintaxis nominal
Veamos más detenidamente la evolución de las palabras del sintagma nominal.
Demostrativos
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El sistema de demostrativos latinos era, en principio, similar al del español, es decir, estaba repartido en tres grados: cercanía al hablante (hic, haec, hoc) ‘este’, cercanía al oyente (iste, ista, istud) ‘ese’ y lejanía a ambos (ille, illa, illud) ‘aquel’.
Muchas lenguas, romances y no, tienen solo dos grados de demostrativos (p. ej. italiano questo y quello e inglés this y that), es decir, lo cercano al hablante por un lado y todo lo demás por otro.
El resultado romance inicial tiende a esta solución: la evolución fonética de la serie de hic hizo que se perdiera por completo, dejando solo la serie de iste y la de ille, pero con un desplazamiento de significado en el primero:
- iste ‘ese’ → ‘este’
- ille ‘aquel’ → acce‑ille > «aquel»
Como vemos, este es, a grandes rasgos, el sistema del italiano questo ↔ quello. El español, sin embargo, quiso mantener la distribución ternaria y añadió la serie ipse ‘él mismo, él en persona’ > «ese» para recuperar el segundo grado.
Ya dijimos en el minicurso de español medieval que en la Edad Media podemos encontrar las formas reforzadas aqueste, aquese y por supuesto aquel.
Artículos
El latín no tenía artículos ni definidos ni indefinidos. Otra cosa es que, de alguna forma, sí empezara a tenerlos.
En muchas lenguas, los artículos definidos empiezan a gramaticalizarse a partir de otras palabras, normalmente —y precisamente— a partir de los demostrativos. Es lo que pasó con el artículo definido griego y el inglés (compárese the con that) y actualmente está ocurriendo suigéneris con el polaco.
Esto también sucedió con las lenguas romances. En la mayoría de ellas, incluyendo el castellano, el demostrativo que dio origen al artículo definido fue ille > el, illa > la, illu > lo. (Ya vimos que la forma de femenino el se usaba más en la Edad Media que en la actualidad).
Los artículos indefinidos, en cambio, suelen gramaticalizarse a partir del numeral ‘uno’.
Posesivos
Los posesivos sí existían en latín y tenían la forma de un adjetivo normal. Hay, sin embargo, algunos cambios considerables.
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El más llamativo de ellos es, probablemente, el de la desespecialización de suus, sua, suum como posesivo exclusivamente reflexivo, ya que en las lenguas romances es, simplemente, un posesivo de 3.ª persona sin importar que haya reflexividad o no.
Además, el español tiene dos series de posesivos donde el latín tenía una sola: la átona (p. ej. «mi casa») y la tónica (p. ej. «la mía»). En principio, a partir de las formas latinas, podríamos haber esperado una única serie con los siguientes resultados, siempre monosílabos:
- meu > mio(s)
- mea > mia(s)
- tuu > tuo(s) o to(s)
- tua > tua(s)
- suu > suo(s) o so(s)
- sua > sua(s)
Sin embargo, acabamos teniendo, como hemos dicho, dos series distintas, y ninguna de ellas es como lo que habríamos esperado. Vamos a intentar resumir esos cambios:
Otra diferencia, yendo más al detalle, es la de la forma «vuestro», etc. El étimo clásico era vestru, que habría dado una forma *viestro. Esto no es sino una pequeña muestra más de que las lenguas romances evolucionan a partir del latín vulgar, no clásico, donde la forma era vostru igual que nostru, de modo que tenemos vuestro y nuestro.
Pronombres
El sistema de pronombres personales latino recuerda mucho al español, pero nuevamente hay algunos detalles muy diferentes. El más importante es, una vez más, el de la reflexividad.
El latín no tenía propiamente pronombres de tercera persona no reflexivos. Por tanto, lo más normal era usar el anafórico is, ea, id o el deíctico ya conocido ille, illa, illud.
Igual que la serie hic desapareció por su escaso cuerpo fónico, tampoco triunfó la serie is. Por tanto, se establecieron como pronombres de tercera persona no reflexivos (que por ende podían tener una forma para el sujeto) los descendientes de ille, illa, illu.
Este pronombre ya lo conocemos del demostrativo «aquel», el artículo «el» y ahora el pronombre personal «él» (y siempre con femeninos y sus respectivos plurales). Vemos, pues, que ille resultó ser muy productivo.
Por último, hablemos de la conservación de la declinación de los pronombres personales. Efectivamente, el hecho de que tengamos, por ejemplo, «yo», «me», «mí», «conmigo» da pie a pensar que es un rastro de casos en español.
Sí, pero no. Las distintas formas morfológicas sí provienen de distintos casos, pero la distribución sintáctica no es la latina, sino que responde a otros criterios.
Morfosintaxis verbal
El tema de la evolución de la morfosintaxis verbal es terriblemente complejo e incluso los manuales al uso suelen aligerar y escoger en qué detenerse. Aquí no vamos a ser menos, así que vamos a quedarnos con un par de desinencias y algunas otras notas sobre verbos irregulares.
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Desinencias
Daremos por supuesto que la ‑t final latina ya estaba perdida, aunque durante buena parte de la Edad Media apareciera escrita una ‑t o ‑d.
Uno de los rasgos más interesantes es la evolución de la desinencia ‑tis de 2.ª persona plural. La evolución regular de una forma como amatis es amades, y eso es lo más frecuente que encontramos en la Edad Media, aunque también hay muestras tardías de la solución actual «amáis».
También tenemos la evolución del morfema ‑ba‑ del pretérito imperfecto. A una forma amabat le corresponde amava (donde la ‹v› representa el fonema /β/). Esperaríamos que a una forma como timebat le correspondiera algo como *temeva, pero, en cambio, tendremos las variantes temía, temíe o temié.
El verbo ser o seer
El verbo copulativo por excelencia suele ser el más irregular en las lenguas, y así era ya en latín y por supuesto en español. Nos limitaremos a detallar sus presentes, pero aprovecharemos para comentar brevemente ese par de infinitivos.
En latín, el infinitivo de presente activo de ‘ser’ era esse, con lo que ahí tenemos una gran irregularidad, pues tales infinitivos acaban en ‑re. En otras lenguas, como el italiano, triunfó la hipercaracterización del infinitivo, que quedó en essere.
Sin embargo, en español medieval prevalecía un infinitivo seer procedente no del verbo sum latino, sino, de hecho, del infinitivo de ‘estar sentado’, sedere. No es muy diferente al hecho de que otro copulativo, «estar», significara inicialmente ‘estar de pie’.
El presente de sum en latín era bastante irregular. En principio, los resultados del indicativo españoles provienen de ahí, pero con importantes reestructuraciones:
Por su parte, el presente de subjuntivo latino (del tipo sim, sis, etc., con una morfología derivada del antiguo modo optativo indoeuropeo) se perdió y, en su lugar, se tomaron las formas correspondientes a sedere:
Perfectos del tipo sope, ove, tove, andove…
Las actuales formas del tipo «supe», «hube», «tuve» o «anduve» no siguen una evolución regular desde el latín.
En cambio, en español medieval sí encontramos las formas esperadas sope y ove. Luego, tove claramente no viene de tenui, sino que es una forma creada por la analogía con ove. Lo de andove es otra analogía caprichosa que todavía —dicen las gramáticas— dura hasta hoy con «anduve».
Últimas palabras y conclusión
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Como hemos visto, una buena parte de los cambios más grandes e importantes entre el latín y el español ya estaban consumados, o en proceso de estarlo, en castellano medieval. Es por esto que cualquier hispanohablante actual razonablemente culto puede entender sin demasiadas dificultades un texto del siglo XIII.
Por las obvias limitaciones de un blog como este, resulta imposible entrar a explicar los cambios de la sintaxis oracional y aun hacer un repaso rápido a la evolución siquiera general de la conjugación verbal.
Sin embargo, espero que hayamos podido explicar cambios frecuentes y llamativos que puedan ayudar a cualquier interesado en la lingüística histórica y en la evolución del español y que incluso puedan ayudar a los filólogos en ciernes en sus estudios.
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